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Vivan siempre alegres

 Vivan siempre alegres

En el tercer domingo de Adviento, el Evangelio invita a enderezar el camino.

Caminando de nueva cuenta a la iglesia, la cita era a mediodía, el párroco Alberto Rafael Gómez Sánchez se disponía a celebrar el sacramento de la eucaristía, en el tercer domingo de Adviento.
La gente ya esperando en el templo; dentro de la multitud, una jovencita que realizaría su primera comunión, las señoras aguardando el mensaje y los niños como siempre, jugando.
Ha llegado el momento de la lectura del Evangelio que ahora es de San Juan y habla acerca de la historia de Juan el bautista, aquel hombre que se fue al desierto a preparar la venida del Mesías, advirtiendo al pueblo que se convirtiera porque vendría aquel a quien el pueblo esperaba con ansias.
El padre Alberto se dispone a dar la homilía y comienza con ese mensaje: “enderecen el camino del Señor, cuántas cosas están chuecas en el país (prosiguió el cura) y no somos capaces de enderezar el camino”.
Vivimos en un país democrático, pero somos cómplices de lo que está pasando al vender nuestro voto y no ejercer realmente la democracia, fueron las palabras que despertaron a más de uno que acostumbra a dormir cuando el sacerdote habla.
Ahondó en el punto de establecer que no estamos caminando solos al enfrentar al mundo, pues el Espíritu Santo está a nuestro lado; algunas personas escuchaban detenidamente el mensaje y otros -a lo mejor pensando en quién ganará la final, o qué prepararan para la cena de navidad- en fin, la historia es la misma.
“Hay que estar alegres”, y al instante una persona esboza una sonrisa. No impidamos la acción del Espíritu Santo para que Dios actúe en nosotros.
Hay que tener mente, cuerpo y corazón dedicados enteramente al Señor para empezar a cambiar de corazón; palabras que a lo mejor el aire se las llevó.
Dios quiere que nos parezcamos a Él para que su vida se haga en nosotros. Fueron las palabras con las que culminó su sermón el párroco.
La misa prosiguió hasta que llegó el momento de despedirse de la presencia del Señor y de nueva cuenta esperar ocho días para asistir a la celebración, y ¿por qué no?, dormir un ratito.

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