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Diario de un Reportero

 Diario de un Reportero

Luis Velázquez

La paz interior

Periodista freelance

El ángel de la guarda

DOMINGO

La paz interior

Casi cinco décadas después, Jorge Arias se echa un clavado en el pasado periodístico, cuando iniciara su periplo que años más tarde lo llevaría a nueve diarios donde dejara su vida.

Y se mira y sabe, está consciente, que salvo uno o dos medios, jamás recibió un pago justo por su diarismo, ni tampoco las prestaciones sociales ni económicas ni médicas establecidas en la Ley Federal del Trabajo.

Incluso, de algunos medios fue renunciado y de otros se fue por voluntad; pero en ambos casos, jamás, nunca, existió liquidación de por medio.

Es más, en unos casos interpuso una denuncia en la Junta de Conciliación y Arbitraje y descubrió que, de pronto, el director editorial hablaba por teléfono al secretario de Trabajo y Previsión Social y desde arriba ordenaban que la querella fuera archivada y le aplicaran la aburridora como obrero demandante.

Años después, sin embargo, estaría satisfecho consigo mismo porque vivió el periodismo a plenitud, que era y es su única vocación, sin entrar en tentaciones, digamos, y por ejemplo, utilizar el diarismo para brincar a la política y/o algún cargo público de confianza.

Así, cumplió al pie de la letra con lo que su abuelo le había dicho cuando tenía 8 años de edad: lo más importante es lograr la paz interior, mientras afuera, en la calle, en la vida, cada quien hablara y denostara.

LUNES

Un reportero freelance

Hace casi cinco décadas inició el periodismo y durante meses, quizá dos años, corría temprano, en la mañana, atrás de la noticia y en la tarde se encerraba en la sala de redacción a teclear.

Pero nunca en aquellos años le pagaron un centavo, ni siquiera, vaya, para una torta, un refresco, el boleto del autobús urbano, pues, el jefe de Información le decía “estás aprendiendo”.

Por el contrario, el director editorial llegó a decirle que diera gracias a Dios que en ningún momento le cobraba la enseñanza cuando, oh paradoja, lo recuerda ahora, nunca le enseñaron a escribir, sino fue aprendiendo como un autodidacta, leyendo y releyendo y estudiando el estilo de redactar de los reporteros consagrados aquel entonces.

Y es que en aquellos años del siglo pasado todo mundo estaba seguro de que “la letra… con sangre entra” y, por tanto, así enseñaban, incluso, en las escuelas, y más, mucho más, en la sala de redacción de un periódico.

Años después, y aun cuando la Ley de Salarios Mínimos establece un salario para los trabajadores de la información, nunca se lo pagaron.

Un día, de plano, harto, se juró a sí mismo que nunca volvería a trabajar como asalariado en un medio.

Y así, y por fortuna, se ha mantenido.

MARTES

El ángel de la guarda

Quizá, alguna vez, y en el noviciado, más adelantito, aceptó embutes como muchos otros, la mayoría quizá, sin que en ningún momento sea justificante el salario de hambre, pues antes, mucho antes, están los principios, los ideales, las convicciones, la utopía, el legítimo derecho a soñar.

Pero luego, cuando de pronto, el político quiso una vez y otra y otra dictar sus textos, se volvió rejego y marcó una raya, apostando (lo que nunca llegó) a que en el medio le pagaran un sueldo de acuerdo con su capacidad.

Tuvo, sin embargo, un ángel de la guarda. Se llamaba Francisco Gutiérrez González, su maestro en la vieja y amada facultad de Periodismo, quien un día lo invitó a impartir unas clases y luego otras y así cumplió 30 años de servicio ininterrumpido que lo salvaron, para siempre, del mundo reporteril que entonces y ahora se vive y padece, donde suele darse una codependencia con el político para unos y otros vivir un maridaje por conveniencia, como dice don Julio Scherer García.

MIÉRCOLES

Nada cuesta soñar…

Casi cinco décadas después recuerda que en alguna ocasión intentó formar un club de reporteros para empujar una mejor relación laboral en los medios y fracasó.

También soñó con tener una revista semanal que iniciara mensual y luego cada 15 días y fracasó.

De igual manera soñó con una estación de radio que transmitiera noticias las 24 horas del día y fracasó ante sus limitadas relaciones políticas.

Incursionó, incluso, en algunas estaciones de radio para un programa noticioso y a la primera de cambios le dieron las gracias a partir de algún comentario crítico incómodo para la elite priista en turno.

El peor desliz de su vida fue cuando con un grupo de colegas, simples colegas, soñaron con un periódico diario y mejor se dieron de topes contra la pared.

En el escritorio siempre dejó una novela inconclusa, porque para escribir literatura el reportero necesita alternar los tiempos con una disciplina militar que nunca, y por desgracia, se le dio.

Así podría, quizá, resumir las casi cinco décadas.

JUEVES

El mundo que le rodea

Nunca en su vida, y por alguna razón histórica inexplorada al momento, ha asistido a un desayuno, una comida, una cena, una borrachera en el llamado día de la libertad de prensa.

Desde luego, “empinó el codo” otros días, otras noches; pero jamás para tirarse incienso con los colegas, sino para hablar y seguir hablando de periodismo.

Solo una vez aceptó un premio otorgado en el altiplano, porque los hechos y circunstancias lo hacían necesario, tiempo aquel cuando un exgobernador lo tenía amenazado de muerte y estaba tan loco y desquiciado que pudo haber cometido su fechoría.

Incluso, hoy, en el cuartito Infonavit donde cada día teclea en las paredes ningún diplomita cuelga.

Hay, por el contrario, un par de pinturas que el nieto dibujó en la escuela primaria, las fotografías de los nietos y una foto donde Fidel Castro y Ernesto “El ché” Guevara entran a La Habana al triunfo de la revolución cubana, todos barbados, todos con uniforme guerrillero, todos con botas, la mirada fulgurante por haber tumbado de la dictadura a Fulgencio Batista.

En ellos, todos los días se anima y reanima para empujar la carreta…

VIERNES

Vivir para leer

Es el balance, pues, de un reportero, casi 50 años después de empezar la aventura en su pueblo con un periódico, digamos, estudiantil, que sólo duró nueve números, porque nunca quisieron tener un mecenas que dictara las 8 columnas.

Miles y miles de cuartillas ha escrito contando la historia de cada día y está en paz consigo, porque los mayores años de su vida los pasó reporteando a indígenas y campesinos y obreros, que son el punto de partida de sus antepasados a cuyo lado sembraba el maíz y el frijol en el surco en las tardes cuando salía del quinto y sexto año de primaria y cursaba la secundaria.

Su padre fue campesino. Su abuelo, campesino. Su bisabuelo, campesino. Y todavía hoy parte de la familia anda de migrante en Estados Unidos.

Por eso siente y piensa que le ha ido bien. Y por eso mismo está en paz y sólo espera disponer de tiempo para terminar de leer y estudiar los libros pendientes que se han ido amontonando en el cuartito donde teclea cada día.
Amén.

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