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Interludio

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Román Revueltas Retes

SEGURIDAD NACIONALPoner orden sin matar a nadie

Hay que poner orden en este país. Es una tarea tan apremiante como necesaria para asegurar las mínimas condiciones que exige la modernidad. México es un territorio de abusos, desbarajustes, alborotos y desgobiernos. Pero, esa confusión —alentada aviesamente por los victimistas, que son legión, de una oposición desleal (y promovida también por un pueblo indisciplinado, reacio a someter sus reales designios a los simples mandatos de las leyes)— esa confusión deliberada, repito, entre el ejercicio legítimo de la autoridad y el despliegue abusivo de la represión sigue siendo un obstáculo monumental en el camino hacia la convivencia armónica de nuestra sociedad.

Naturalmente, buena parte de la protesta social —perfectamente entendible en un país desigual e injusto (estas condiciones son también parte del problema)— se adhiere al principio de la agitación pública, traspasando las fronteras de la resistencia civil y adentrándose en los inquietantes terrenos de la violencia, y es justamente por ello que vemos bloqueos de carreteras y avenidas por poco que haya dejado de surtirse agua a una comunidad o que se vaya a comenzar la construcción de una obra de ingeniería que disgusta a los vecinos.

Los pretextos más peregrinos, aparte de ilegítimos, sirven para llevar a cabo algaradas y disturbios que, al final, afectan únicamente al resto de los ciudadanos, primerísimos damnificados de una protesta social que, si lo piensas, termina siendo esencialmente insolidaria en tanto que perjudica gravemente a gente que nada tiene que ver. Confrontadas a este estado de cosas, las autoridades han tomado el camino de no responder, desentendiéndose olímpicamente de su obligación de mantener el orden público y de preservar las condiciones para que se puedan desempeñar las más básicas actividades de la cotidianidad colectiva. Y es que, miren ustedes, la mera intervención de la fuerza pública, así sea para cumplir con las disposiciones previstas en la Constitución (sus preceptos, por lo visto, no serían mandatos obligatorios sino simples rutinas de carácter opcional según el criterio del funcionario de turno) es percibida, por tirios y troyanos, como el acto represivo de un régimen que, al parecer, no contaría siquiera con la mínima legitimidad para controlar a los revoltosos que interrumpen el tráfico en una autopista o que destrozan los escaparates de los comercios.

México se ha convertido entonces en el paraíso de los agitadores y en una suerte de pequeño infierno para quienes, en circunstancias de total indefensión, se encuentran de pronto secuestrados, ésa es la palabra, por los primeros. Pero, he aquí que cuando, en una de las entidades federativas, un gobernador decide promover instrumentos legales para reglamentar la intervención de la policía y comenzar a resolver el problema, la actuación de los agentes se salda con la muerte de un niño. O sea, que no hay término medio. Seguirá pues el desorden.

 
La historia en breve

Ciro Gómez Leyva

Nada que celebrar, México sigue siendo una carnicería

Bien han hecho el presidente Peña Nieto y el secretario de Gobernación Osorio Chong en saludar con prudencia las cifras de la incidencia delictiva. Porque si se las analiza con cuidado, no hay nada que celebrar.

El Sistema Nacional de Seguridad Pública dio a conocer el lunes los números actualizados a junio. México sigue siendo una carnicería. El promedio mensual de homicidios dolosos, o ejecuciones, en 2007, primer año de la Guerra de Calderón, fue de 854. Alcanzó un máximo monstruoso de mil 904 en 2011. Bajó a mil 811 en 2012. Y continuó descendiendo para ubicarse en mil 532 en 2013 y mil 350 en lo que va de 2014.

Es decir, la cifra de ejecuciones hoy es todavía 63 por ciento más alta que la del primer año del gobierno anterior. Más alta, incluso, que los promedios de los sangrientos 2008 y 2009.

Por no hablar de los secuestros. El promedio mensual en 2007 fue de 37. El registro más alto del sexenio calderonista fue de 118 en 2011. El promedio del primer semestre de 2014 es un desolador 135.

El éxito de la estrategia contra el crimen del gobierno actual es, cuando menos, dudoso. En donde sí ha tenido éxito ha sido en el modelo de comunicación para bajar los decibles noticiosos.

“Un silencio que abruma en un país aún repleto de muertos y matones”, previno en julio de 2013 el especialista Alejandro Hope. “Podría ser un escenario de pesadilla. Altos niveles de violencia combinados con fuertes dosis de silencio. Muchos muertos, pero casi nadie a quien le importe. El sentido de urgencia de años recientes, perdido”.

De aquel texto de Hope pasó ya un año. Del 1 de diciembre de 2012, 20 meses.

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