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Biodiversidad bajo tierra.

 Biodiversidad bajo tierra.

En un paseo por el campo, los seres vivos que más llaman la atención son los animales con el tamaño suficiente que los haga visibles a simple vista: insectos, reptiles, aves o algún mamífero. Las plantas pasan más desapercibidas, pero forman parte ineludible del paisaje, siempre presentes. Sin embargo, en el suelo, donde no se suele prestar mucha atención, existe mucha biodiversidad y acoge algunos de los procesos más importantes en el mantenimiento de los ecosistemas.

El suelo como parte vital del ecosistema

El término ecológico “suelo” difiere del significado que tiene en el lenguaje coloquial. El suelo, desde el punto de vista de la ecología, es un sistema complejo y dinámico, formado por varias capas u horizontes, que cumple diversas funciones en el ecosistema.

Las capas más superficiales del suelo son las orgánicas. La primera, denominada horizonte H, presenta residuos de materia orgánica depositada por los seres vivos que habitan el ecosistema. Se encuentran en este horizonte las hojas secas de las plantas, los restos de ramas y corteza caídas de los árboles y cadáveres de animales muertos. Bajo esta capa se encuentra el horizonte O, que presenta la misma composición, salvo que los restos están mucho más fragmentados, formando humus.

Por debajo están las denominadas capas minerales, que se asientan sobre la roca madre. La primera de ellas se denomina horizonte A, que acumula materia orgánica en descomposición mezclada con restos minerales muy fragmentados. En la siguiente capa u horizonte E, la materia orgánica es ya muy escasa, y está compuesta principalmente por arenas y limos. En el siguiente nivel se encuentra el horizonte B, dominado por gravas procedentes de la fragmentación de la roca madre. Le sigue el horizonte C con fragmentos mucho más grandes. Las raíces de árboles y arbustos suelen penetrar hasta el horizonte C, que les proporciona soporte y un medio de crecimiento adecuado. La última capa es la conformada por la roca madre sin fragmentar, es el horizonte R.

La formación del suelo sucede en ambas direcciones. Por un lado, desde abajo hacia arriba, la roca se va fragmentando por la actividad de las plantas, a través de sus raíces, y por procesos erosivos. Horizonte tras horizonte, sus fragmentos se van haciendo cada vez más finos. Por otro lado, desde arriba hacia abajo, la materia orgánica depositada por los seres vivos se va fragmentando, descomponiendo, infiltrando en las capas inferiores, y mineralizándose. Gracias a estos procesos, las plantas pueden obtener, a través de sus raíces, las sales minerales necesarias para su metabolismo.

Mediante este proceso, el fósforo, el nitrógeno, el carbono y demás componentes de la materia orgánica se reciclan en el ecosistema, cerrando sus ciclos. Pero para que esto suceda, es necesaria la actividad de ciertos seres vivos que habitan en el interior del suelo, debajo de la hojarasca y el musgo; son los descomponedores, que se agrupan en dos tipos: los detritívoros y los saprófitos.

Los detritívoros: fragmentando los restos orgánicos

Como se ha mencionado, toda materia orgánica que cae al suelo es asimilada, de arriba hacia abajo, por el suelo. Para ello, el primer paso necesario es que los restos de seres vivos sean fragmentados en trozos más pequeños, y a ser posible, más simples.

Ante el cadáver de un animal de gran tamaño, la primera labor de fragmentación está en manos de los animales carroñeros, que no se consideran parte de los descomponedores. Los detritívoros actúan después, sobre los restos animales, las hojas secas, las heces y otros desperdicios que se van acumulando en la superficie.

Entre los detritívoros habituales destacan miriápodos como los milpiés, crustáceos como los isópodos — conocidos coloquialmente como bichos bola— coleópteros como los colémbolos, los tenebriónidos o los escarabajos peloteros, las babosas, las lombrices, etcétera. Algunos animales se encargan específicamente de fragmentar los restos de madera, un material muy difícil de descomponer; son los xilófagos. También existen detritívoros en los ecosistemas marinos, como los pepinos de mar, muchas especies de cangrejos o los gusanos poliquetos.

Los detritívoros se alimentan de esos desperdicios acumulados en las capas superficiales del suelo, dejando fragmentos muchos menores y sus propias heces, que tras varios procesos digestivos, se encuentran ya en un estado muy simple en términos moleculares. Es en ese momento cuando los saprófitos entran en juego.

Los saprófitos, remineralizando el suelo

Mientras que los detritívoros actúan fragmentando la materia orgánica principalmente de forma mecánica, los saprófitos son los verdaderos descomponedores del ecosistema, y trabajan la materia orgánica en su aspecto químico.

A diferencia de los detritívoros, los organismos saprófitos no comen, sino que absorben los nutrientes directamente. No son, por tanto, animales, sino principalmente hongos y, en segundo lugar, bacterias. Durante sus procesos metabólicos, los saprófitos convierten la materia orgánica de nuevo en sales minerales simples, que pueden ser recuperadas por las plantas para su metabolismo. Este proceso se denomina remineralización.

Como sucedía con los detritívoros, solo algunas especies de hongos, denominados xilosaprófitos, son capaces de descomponer la lignina, principal componente de la madera. Sin estos organismos, los restos vegetales se acumularían en el suelo sin descomponerse.

Redaccion Diario de Palenque

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