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México 2 – Brasil 1

 México 2 – Brasil 1

Es como un sueño compartido. Compartido y colectivo, la guerra más barata, una válvula de escape a las motivaciones chovinistas: el Mundial de Futbol como una tregua periódica a nuestros desvelos y rescoldos.

Lo del sueño colectivo tiene que ver con la grandeza y la miseria de las naciones. Ocurriría, por ejemplo, si Ghana gana el campeonato y Alemania queda en último lugar. ¿Se imaginan? De ahí que los 40 mil compatriotas que se han dado cita en Sao Paulo y Río como fanáticos del TRI representan la espuma de nuestros sueños. “¿A qué le tiras cuando sueñas mexicano? ¿A hacerte rico en loterías con un millón…?”, cantaba el inolvidable Chava Flores aludiendo a nuestra natural tendencia evasiva, onírica, irresponsable.

México Campeón… sí, cómo no, porque la condena nos viene del mestizaje. Nos conquistaron y nos jodieron (aunque en las cantinas se dice de otra manera). Tan felices que éramos antes, ofrendando a nuestros infantes en las “guerras floridas” que les arrebataban el corazón para bonificar indulgencias ante el horrendo Huitzilopochtli.

Cada cuatro años nos apoltronamos ante el televisor para ensoñar y contemplar, desde la tribuna, la batalla de adrenalina y astucia que dura esos noventa minutos de palpitación y ahogo. “¡Pásala. Pásala! ¡Ya, ya, tira!…” Por ahí debe andar el filósofo que explique el porqué un deporte en el que no intervienen las manos se ha transformado en el principal espectáculo deportivo mundial. ¿Será que el daño, el daño verdadero, viene con las manos que empuñan bayonetas y disparan fusiles? Con las piernas lo más que podemos sufrir es una tremenda patiza.

Todos cargamos en la memoria un momento de gloria atlética. El día que ganamos la carrera de costales, el primer clavado desde un trampolín, el jonrón de chiripa que no supimos ni por dónde. Así guardo en mi inconsciente aquel golazo en el tercer año de primaria. Quién sabe por qué razón me había dispuesto como jugador medio, y quién sabe porqué habíamos llegado a la final del campeonato interescolar. Íbamos empatados a dos, me acuerdo, y a unos minutos de terminar el encuentro el balón llegó a mis pies. Logré controlar el esférico (como se dice) y luego de un rebote, en el giro, le propiné un chutazo que fue a dar en el ángulo de aquella portería a medio centenar de metros, y los de la tribuna, que no eran pocos, celebraron a todo pulmón, “¡Goool!”, porque así se desempató el encuentro… salvo el pequeño detalle que se trató de un patético autogol. Ni más ni menos.

De ahí mi solidaridad con Sead Kolasinac, el defensa bosnio que también cometió la tropelía en el tercer minuto del partido contra Argentina, y su cara de sonrojo y destierro me invadió la jeta, una vez más, en aquella traición deportiva que cargué durante el año escolar como una lápida a lo Sísifo. Por eso, y otras razones, es que muy pronto derivé al equipo “de  segunda”, con los gorditos y los anteojudos, y luego al beisbol, y luego a la literatura. No sé qué más siga.
Nadie podrá rebatirlo: la peor reyerta en un estadio es mil veces mejor que una guerra. El ejemplo del conflicto futbolístico y militar entre Honduras y El Salvador –la llamada “Guerra del futbol”– en julio de 1969, ocasionó mil 900 muertos y la necesaria tregua firmada luego de cuatro días de combates. Así que no le temamos a la “perra brava” del Toluca ni a “la rebel” de los Pumas… lo cromañón nunca se nos quitará, lo traemos en los genes, y cualquier madriza en el estadio es mejor que un batallón de Putin saltándose la frontera. Así que permanezcan en el sofá, súbanle al sonido, destapen la segunda cerveza…  ya lo decía Chava Flores, “…ya está salvada, la copa en la olimpiada. ¡Soñar no cuesta nada, qué ganas de soñar!” 2-1, sí, 2-1.

“MICRO-ATENEA”  PALENCANA
Juan Manuel Morales Fimbres

“He aquí, ¿Cómo consolar lo inconsolable?
¿Cómo perdonar lo imperdonable?
¿Cómo aceptar y amar lo que se torna “enemigo”?
¿Cómo dar la pelea en un mundo cruel y despiadado?
¿Cómo pasar a la otra cara de la moneda, sin llegar a la riqueza?
¿Cómo despertar el “entusiasmo” en un corazón roto?
¿Cómo despertar a la “tristeza”, y regalarle, la luna, el mar y la estrellas?

¡Ohh! Mi estimado Profesor Fimbres.
Que magnífica entrada para todos aquellos que nos gustan este tipo de temas. Qué bueno que sigue “La pluma” de su “alma” aventando semillas al viento.
Y como usted ya dijo, el fantasma de la “Atenas verde Palencana”, no morirá, solo polvo quedará de aquel cuerpo que lo albergó, y la “eternidad” está en el amor de estas líneas y es hoy y es siempre.

Ni te imaginas, mi estimado viejo amigo de la “paciencia”.

No sé, pero ya a mi cuerpo regresó la “enfermedad”, el intenso dolor del “nervio ciático”, requiero más cuidado y terapia, para ayudar un poco más a mis tres hijos (Ofelia, Alejandra y Juan Carlos) no sé y no puedo ver con los lentes de mi conciencia y presencia todo aquello que el Dios Universal me tiene reservado, pero mis sufrimientos y alegrías no las cambio por las de ninguno, aquí en este “Palenque” y en cualquier otra parte del mundo.
Viejo amigo mío:

Lo he sabido antes, pero con los años lo sé mejor, y al igual que “Amado Nervo”, ¡Grito al viento! «“vida nada me debes, vida estamos en paz”»
Mi amiga Susana Pineda, Jefa de la redacción, está feliz con las ateneas, pero, no sabemos cuánto más durarán. Un saludo fraterno para ella, el director y su equipo.

Y el “filósofo fantasma” de las muchas “ateneas” se despide así:
«”La tristeza se tornará “alegría” si permites salir a ese “ser”, si lo traes del interior y nos riega de “luz” y alegría”»
juanmf@live.com.mx

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