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¡Buen viaje Poeta!

 ¡Buen viaje Poeta!

El viejo edificio oficial se cimbra en sollozos, despidiendo al poeta que emprendió su vuelo: adiós Mateo.
Por Raúl Vera y Emilio López Trujillo: Palenque

En medio de una oscura noche mordida por oleajes de lluvia que abrevaban la humanidad de esta sierra, un galope de cien mil guadañas persiguió y segó por la aorta el potro de Mateo López Cruz, Director de la Casa Municipal de Cultura.

Palabra que ya no será escuchada, verso en el aire suspendido, no nos queda nada más que esta calma que sobreviene al agua torrencial.
El viejo edificio oficial se cimbra en sollozos que humedecen sus agrietadas paredes que atestiguan el paso de este hombre impetuoso que desde temprana hora acudía a celebrar su propio gusto por las artes.

Aquí quedan las crónicas y escritos de quien desentrañaba las costumbres ancestrales y el origen de los utensilios de la cotidianidad, los trazados del buscador de su propia historia quedarán asentados en el viejo cuaderno que no será vuelto a abrir; ni guardará ya más los secretos del grafito.

Truncos quedan los planes y los afanes; los proyectos y algún verso inacabado irán expirando en el fondo de estas gavetas que no sabrán guardar la inspiración de este Poeta cuya llama cintiló su último resplandor allá en el amanecer del Sur de la ciudad.

El dolor de la anciana madre no pueden sofocarlo los quedos e irreprimidos suspiros; al contrario, al irlos acumulando anegan los ojos de un mar salado que cae sin recato, desborda los párpados y no logran lavar el dolor de la ausencia.

No, nunca más habrá paz en este cansado corazón. A partir de hoy, estas venas quedarán vacías del líquido vital y la mente se irá perdiendo en una oscura lejanía; la madrugada cruel deshizo el nudo umbilical que ataba estas dos vidas.

Compañero de búsqueda en el proceloso mar de la palabra, en honor de tu verbo hoy te transcribimos una despedida digna; con estos versos cortados en la exactitud de la Décima:
He de morir de mi muerte,
De la que vivo pensando,
De la que estoy esperando
Y en temor se me convierte.
Mi voz oculta me advierte
Que la muerte con que muera
No puede venir de fuera,
Sino que debe nacer
De la hondura de mi ser
Donde crece prisionera.

De tanto saberte mía,
Muerte, mi muerte sedienta,
No hay minuto en que no sienta
Tu invasión lenta y sombría.
Antes no te conocía
O procuraba ignorarte,
Pero al sentir y pensarte
He podido comprender
Que vivir es aprender
A morir para encontrarte.
(Elías Nandino). “Décimas a mi muerte”. Fragmento

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