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¿Puede un solo árbol dar dos frutos distintos simultáneamente?

 ¿Puede un solo árbol dar dos frutos distintos simultáneamente?

Uno de los avances más importantes de la historia de la humanidad fue el desarrollo de la agricultura. Gracias a que las poblaciones humanas comenzaron a cultivar sus propias plantas, pudieron asentarse, edificar y construir sociedades complejas. Muchos expertos piensan que la agricultura fue el motor principal de la civilización. Las primeras plantas cultivadas eran aquellas que hay que plantar cada año, como los cereales, pero pronto aparecieron los árboles frutales.

Desde el inicio de su cultivo, el ser humano ha buscado dominar y adaptar los árboles a sus necesidades, dando lugar a innovaciones agrícolas que han moldeado el curso de la humanidad. Entre estas prácticas, el injerto es una de las técnicas más antiguas, que revela el conocimiento sobre el crecimiento y el desarrollo de las plantas del ser humano desde hace milenios.

La técnica del injerto permite la unión de dos o más partes de plantas, de la misma especie o de especies distintas, para que crezcan como un solo organismo. Una especie de árbol quimera, que puede proporcionar dos o más tipos distintos de frutos.

Desde su origen, el ser humano ha observado el entorno que le rodea y ha tratado de imitar los procesos, ideando métodos para dirigirlos o mejorarlos. Cuando esto sucede actualmente, creando tecnologías que imitan algún proceso natural, lo llamamos biomimesis; un buen ejemplo sería el algoritmo que imita el comportamiento de las hormigas para hallar el camino más corto a un resultado, o cuando el diseño de las patas de un robot imita la anatomía de un animal para conseguir un movimiento más ventajoso.

El injerto como técnica se puede considerar uno de los casos de biomimética más antiguos. Su desarrollo se inspiró en el fenómeno de la inosculación, una capacidad natural de las plantas para fusionarse y crecer de manera conjunta y sucede cuando dos plantas entran en contacto íntimo, y sus tejidos se unen en conexión continua.

La inosculación implica la integración de los sistemas vasculares, que hace posible el intercambio de recursos hídricos, nutrientes y señales hormonales entre las plantas fusionadas. Es un claro ejemplo de la increíble capacidad regenerativa y adaptativa de las plantas para establecer relaciones permanentes, estables y plenamente funcionales, que benefician su crecimiento y supervivencia.

Realizar un injerto no es complicado. Se necesita una rama fértil y viva del árbol que se desea injertar. Se afila la base en forma de cuña, y se practica un corte, que puede tener distintas formas según el estilo de injerto —en V, en T, en cuña…— en el árbol que va a alojarlo, que se denomina patrón. Entonces se unirá uno a otro, y se protegerá con un vendaje u otro tipo de soporte que pueda ser retirado. Lo que ya no es tan seguro es que el resultado salga bien.

El éxito de un injerto depende de una serie de procesos biológicos complejos que permiten la unión funcional y efectiva entre injerto y patrón. Y uno de los más importantes es la compatibilidad. En general, cuanto más próximos estén dos árboles, desde el punto de vista evolutivo, más fácil será que el injerto tenga éxito. Entre ambos árboles debe existir una afinidad genética y fisiológica que facilite que los tejidos de ambas partes se reconozcan y se fusionen adecuadamente.

Posteriormente, la regeneración de los haces vasculares juega un papel crucial en el éxito del injerto, y ahí entra la técnica. Si el corte practicado en el patrón es demasiado superficial, no se alcanzarán los tejidos del xilema, que se desarrollan en el interior, y el injerto morirá. Si el corte es incorrecto, el daño puede ser irreparable para el patrón. El corte tiene que ser el adecuado.

Si la unión es exitosa, las células en contacto proliferan masivamente, formando un tumor o callo.

Disponer de un naranjo con una rama que dé limones o de una vid que de dos tipos distintos de uvas puede ser una bonita curiosidad en un huerto, pero las aplicaciones de los injertos van mucho más allá.

Hay determinadas plantas que tienen una alta sensibilidad a factores de estrés, y los injertos pueden ayudar. Es el caso de la rosa de jardinería; su parte aérea es resistente, y sus flores son grandes y bonitas, pero sus raíces son sensibles y delicadas. A cambio, el rosal silvestre, mucho menos ostentoso —sus flores solo tienen cinco pétalos—, tiene un sistema de raíces mucho más robusto y fuerte. Por este motivo, es habitual injertar las rosas de jardinería en la base del tallo de rosales silvestres, y cuando el injerto ha concluido, se corta la parte aérea sobrante. De este modo, se consigue el hermoso rosal de jardinería con las fuertes raíces de la rosa silvestre. Este injerto se hace cuando ambas plantas son muy jóvenes —la parte injertada suele ser apenas una yema—, y por eso apenas se nota, aunque si se observa con atención, cerca de la base se aprecia un engrosamiento, el tumor cicatrizal, y si brotan algunas hojas por debajo de ese punto, se verán distintas a las del resto de la planta.

Redaccion Diario de Palenque

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