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Bobby Fischer o el destino en un tablero de ajedrez.

 Bobby Fischer o el destino en un tablero de ajedrez.

El 8 de enero de 1958 se coronó campeón por primera vez el ajedrecista Bobby Fischer en un torneo nacional. Tenía sólo 14 años. Así impuso su primer record como el más joven de la historia el que después destrozaría a la maquinaria ajedrecística soviética en plena Guerra Fría.

Hijo de madre soltera y ausente, fue un niño criado con dificultades a su alrededor, lo que pudo haber definido su carácter introvertido y ultra reservado. Una infancia sin juguetes en que encontró un ajedrez de fantasía significó el inicio. Su único privilegio fue su IQ, era superior al de Einstein.

Aprendió el deporte ciencia por sí solo en aquellos vastos momentos de soledad infantil. Infancia es destino. Sin tantos distractores sociales y con tantos problemas familiares ante los cuales era mejor aislarse le permitieron definirse: ya era un genio, tan sólo le faltaba ser un genio del ajedrez y lo logró.

El torneo de 1958 sólo marca el inicio de la leyenda. Un día como hoy, pero de 1958, el niño nacido como Robert James Fischer fue sólo de trámite para oficializar lo que todos ya sabían: el niño de 14 años ya era un genio del ajedrez consolidado.

El periodo de Bobby Fischer como estrella en ascenso del deporte ciencia tiene una extraña coincidencia: mientras el jovencito estadounidense (aunque hijo de padres judíos polacos) consolidaba su estrella en Norteamérica, desde 1948 la Unión Soviética se convertía en hegemonía ajedrecística.

El mundo después de la Segunda Guerra Mundial quedó dividido y dos grandes hegemonías lo dominaban: en occidente, Estados Unidos y la Europa capitalista conformaban el Primer Mundo, mientras la Unión Soviética y Europa oriental conformaban el Bloque Socialista.

Además de la pugna entre los dos grandes sistemas económicos que definieron la sociedad mundial, por un lado el capitalismo y por el otro el socialismo, había otro aspecto tan determinante como tenebroso: la carrera armamentista nuclear. Fueron los años de mega producción de armas de destrucción masiva.

Aunado a ello estaba el temor de una tercera guerra mundial que sería devastadora con la existencia de arsenal nuclear excesivo en manos de las dos superpotencias, la URSS y los EEUU. A este periodo de rivalidad entre ambas se le conoce como la Guerra Fría.

Y en plena Guerra Fría la Unión Soviética se consolidaba como la máxima potencia ajedrecística además. El país producía jugadores que en conjunto representaban una verdadera máquina precisa y aplastante. Monopolizaron los campeonatos mundiales. Pero Norteamérica tenía a Bobby Fischer.

En este contexto, era sólo cuestión de tiempo para que Fischer se enfrentara a quienes ya debía saber que eran sus acérrimos rivales en la élite del ajedrez. Tal vez ya sabía que sus oponentes soviéticos representaban al país enemigo de América aunque es probable que ello no lo interesara mucho.

En el escenario de la Guerra Fría las dos superpotencias económicas y bélicas mundiales tuvieron su único duelo directo fuera de una pista o cancha deportiva. Así fue como entre julio y agosto de 1972 en Reikiavik, Islandia se jugó la Partida del Siglo: Bobby Fischer contra Boris Spasski.

Así se enfrentaban en territorio neutral las dos hegemonías mundiales representadas por los exponentes de un juego que es la máxima expresión del ser humano: la inteligencia. El soviético Spasski llegaba como campeón absoluto y Fischer como retador. La URSS llevaba 20 años de reinado.

Dos décadas de dominio ajedrecístico mundial soviético y una rivalidad militar y económica estaban en juego. Después de varias partidas a lo largo de varios días, una noche Boris Spasski llamó desde su habitación para comunicar que acostaba a su rey. Había ganado Estados Unidos.

El carácter introvertido de Bobby Fischer y su elevadísimo intelecto lo hicieron un tipo que no era visto como alguien del todo correcto. Durante sus duelos contra Spassky, mientras el soviético mostraba una sobriedad típica del modelo soviético, el otro se sonaba la nariz y a cada rato se levantaba.

Lo mismo en su vida cotidiana. Con motivo del ataque terrorista del 911, Bobby Fischer dijo que “Estados Unidos se lo merecía” y en alguna ocasión, durante una de tantas partidas internacionales, escupió la bandera norteamericana. Su antiamericanismo lo hizo exiliarse.

Fue detenido en Japón por usar un pasaporte revocado por EEUU. Al respecto, el campeón ruso Anatoli Karpov dijo: “que nos encierren juntos con un tablero de ajedrez”. Fischer terminó con la ciudadanía del país donde se hizo campeón mundial: Islandia.

El bajo perfil siempre le distinguió y ya en el exilio no fue la excepción. Llevó una vida anónima hasta sus últimos días. Sólo se supo de él en una ocasión en que la radio de Rekiavik anunció una jugada imposible de ajedrez para dar un premio al que la resolviera. La sorpresa se hizo presente.

Un anciano andrajoso, con la barba crecida y el pelo descuidado se hizo presente en la difusora para dar solución al programa de concurso. Tardaron en identificarlo. A las pocas horas el rumor se esparció y el hecho se convirtió en noticia a nivel mundial: el anciano era Bobby Fischer.

Robert James Fischer murió el 17 de enero de 2008 en Islandia. Hasta antes de su muerte, el gobierno norteamericano no dejó de solicitar su extradición para juzgarlo. Terminaba así una vida definida por el deporte ciencia: falleció a los 64 años, el tablero de ajedrez tiene 64 casillas.

Redaccion Diario de Palenque

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