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Diario de un Reportero

 Diario de un Reportero

Luis Velázquez
Ocupación temporalPeriodista encarcelado
El preso no está solo
La quisieron doblar…

DOMINGO
Cronista encarcelado
Julius Fucik fue un reportero que estudió filosofía, militó en el Partido Comunista; crítico literario y teatral y Adolf Hitler lo envió a la cárcel durante la ocupación de Checoslovaquia dado su activismo, pues para él, como para tantos periodistas de la época, la vida sólo se concebía, por un lado, escribiendo, y por el otro, haciendo política-política.

Y por lo regular, desde la crítica, desde la disidencia, desde la palabra irreverente.

En abril de 1942 la Gestapo, la policía brutal de Hitler, lo detuvo; un año después lo trasladaron a Berlín, donde fue ejecutado el 8 de septiembre.
Privado de su libertad escribió un reportaje intitulado “Al pie de la horca”.

El texto lo escribía hoja por hoja en la cárcel que de inmediato entregaba a un policía, un custodio, un gendarme, un amigo, y así, sacando cada hoja de la cárcel en forma clandestina, fue elaborando un texto de gran resonancia mundial, traducido, incluso, a  80 idiomas.

En 1950, dice la nota en google, recibió el Premio Internacional de la Paz, cuando ya había fallecido.

LUNES
“El preso no está solo”
En una parte del reportaje “Al pie de la horca”, Julius Fucik escribe: “El preso y la soledad: esas dos palabras son, al parecer, inseparables.
Pero es un gran error.
El preso no está solo.

La cárcel es una gran colectividad en la que ni en el más riguroso aislamiento puede separar a nadie, si es que uno no se excluye a sí mismo.
La fraternidad de los oprimidos está sometida a una presión que la concentra, la fortalece y la hace más sensible.

Atraviesa los muros, que viven, hablan y transmiten mensajes.

Abarca las celdas de un mismo corredor unidas por sufrimientos comunes, servicios comunes, ordenanzas comunes y medias horas comunes al aire libre, cuando hasta una palabra o un gesto bastan para la dar la noticia o para salvar una vida humana.

Es una fraternidad de pocas palabras y de muchos servicios, porque un solo apretón de manos o un pitillo pasado a hurtadillas rompe la jaula a la que te han arrojado o te libra de la soledad que debiera quebrantarse.

Las celdas tienen manos: percibes cómo te sostienen para que no caigas ante las torturas del interrogatorio y de ellas recibes alimentos cuando otros te empujan a la muerte por hambre.

Es una fraternidad que sangra; pero que es indestructible. Si no fuera por su ayuda, no podrías soportar ni la décima parte de lo que soportas. Ni tú, ni nadie”.

MARTES
La crueldad misma
Dice el reportero encarcelado por Hitler: “Aquí en la cárcel no queda más que el sujeto y el preciado: el fiel resiste, el traidor traiciona, el burgués se desespera, el héroe combate.

En cada hombre hay una fuerza y debilidad, audacia y miedo, firmeza y vacilación, limpieza y suciedad.

Pero aquí no puede quedar más que una cosa u otra. O esto o aquello.

Y si alguno ha intentado navegar entre dos aguas, ha sido descubierto con mayor prontitud que un bailarín con pandereta y pluma amarilla en el sombrero en un entierro.

En la cárcel había quienes torturaban y asesinaban por placer. Rompían los dientes. Perforaban los tímpanos. Vaciaban los ojos. Despedazaban a patadas los órganos genitales. Dejaban al desnudo el cerebro de los torturados y les pegaban hasta la muerte impulsados por la crueldad, sin otro móvil que la crueldad misma.

Tú lo has visto diariamente. Cada día te veías obligado a soportar su presencia, que llenaba la atmósfera de sangre y de estertores de agonía.
Sólo te sostenía tu profunda fe, la firme confianza de que nunca podrían escapar a la justicia, aunque asesinasen a todos los testigos de sus crímenes”.

MIÉRCOLES
Los amantes eternos
En una parte del reportaje, Julius habla de su pareja, Gustina: “Esta noche, los nazis llevan a mi Gustina a Polonia a ‘trabajar’. A las galeras, a la muerte por el tifus. Me quedan algunas semanas, quizá dos o tres meses de vida. El acta de acusación ha pasado al tribunal. Puede ser que queden cuatro semanas más de información complementaria en contra mía en la prisión y después todavía dos tres meses hasta el fin.

Este reportaje ya no será terminado. Si en estos días tengo ocasión intentaré continuarlo. Hoy no puedo. Tengo la cabeza y el corazón llenos de Gustina, de esa mujer noble, compañera tan querida, ferviente y abnegada en mi vida tan azarosa y nunca apacible.

Cada tarde le canto su canción predilecta: sobre la hierba azulada de la estepa, llena de leyendas de combates guerrilleros; sobre la cosa que, al lado de los hombres, luchaba por conquistar la libertad hasta que en un combate ‘no pudo levantarse más’.

¡Cuánta fuerza encierra esta fina criatura de trazos esculpidos y con grandes ojos de niña, llena de ternura! La lucha y las continuas separaciones han hecho de nosotros dos amantes eternos, que no solo una, sino cien veces en la vida han vivido los momentos ardorosos de las primeras caricias y de los primeros abrazos.

Y, sin embargo, nuestros corazones latían siempre al unísono y nuestro aliento era el mismo en las horas de felicidad y en las horas de angustia, excitación y tristeza”.

JUEVES
“Ricos como son los pobres”
“Durante años hemos trabajado juntos y nos hemos ayudado como solo los camaradas saben hacerlo.

Durante años ella fue mi primer lector y crítico y me era difícil escribir sin sentir sobre mí su cariñosa mirada.

Durante años hemos participado uno al lado del otro, en frecuentes luchas y durante años hemos vagado, cogidos de la mano, por los lugares preferidos.

Hemos conocido muchas dificultades y hemos vivido muchas y grandes alegrías, porque nosotros éramos ricos, ricos como son los pobres. Con esa riqueza que está en el interior.

Compañera en la cama, compañera en la vida”.

VIERNES
La quisieron doblar
“Fue durante el estado de sitio, a mediados de junio. Me vio por primera vez a las seis semanas de nuestra detención, después de aquellos tristes días en que, sola en la celda, meditaba sobre las noticias que le anunciaban mi muerte. La llamaron para ablandarme:
–Hágalo entrar en razón –le decía a Gustina el jefe de la sección durante el careo.

–Dígale que sea razonable. Si no piensa en sí mismo, que piense al menos en usted. Dispone usted de una hora para reflexionar. Si después de ese plazo su porfiada cabeza no cede, esta tarde serán fusilados. Los dos.

Ella me acarició con la mirada y respondió con sencillez:
–Señor comisario: eso no es ninguna amenaza para mí. Ese es mi último deseo. Si a él lo ejecutan, ejecútenme a mí también.
Hela ahí. Esta es mi Gustina: amor y firmeza.

Pueden quitarnos la vida, ¿verdad Gustina? Pero nunca nuestro honor y nuestro amor.

No nos permitieron ni decirnos adiós, ni darnos un abrazo, ni estrecharnos la mano. Solo el colectivo de la prisión… nos da mutuas noticias de nuestra muerte.

Tú sabes, Gustina, y yo también lo sé, que no nos volveremos a ver más. Pero aún así, yo te oigo gritando desde lejos: ‘Hasta la vida, querido’.
¡Hasta la vista, Gustina mía!”.

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