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Comienza la fiesta y los invitados a bailar son los priístas y panistas

VICENTE BELLO

 

Andrés Manuel López Obrador dio anteayer a conocer las 50 acciones de su gobierno con las que considera combatirá la corrupción durante su sexenio. En casi todas, el Congreso de la Unión deberá comenzar nuevos procesos legislativos; es decir, reformas que, en su conjunto, van a cambiar el modo de caminar de la República.

La primera acción de gobierno que anunció fue la reforma al artículo 108 constitucional, con la que Amlo plantea que el presidente de la República en funciones pueda ser juzgado por delitos federales electorales y por corrupción.

Esto es un danzón dedicado no sólo a Enrique Peña Nieto –cuyo sello de tramposo y ladrón lo traerá marcado para siempre en la frente- sino también a todos sus antecesores del PRI y PAN. Pero de modo muy especial  a ex presidentes como Carlos Salinas de Gortari, Vicente Fox Quezada y por supuesto Felipe Calderón Hinojosa.

Salinas quedó en la historia de México como el que se robó la presidencia en la elección de 1988, despojando con ayuda del entonces presidente Miguel de la Madrid Hurtado y del Partido Acción Nacional,  al candidato opositor Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano. Pero, fundamentalmente, despojó al pueblo de México de un cambio de gobierno y muy posiblemente de un cambio de régimen.

Una inobjetable mayoría de votantes votó aquel julio de 1988 en  favor de Cárdenas, quien hacía un año (1987)  se había salido del PRI en lo que fue el primer gran desgajamiento político de la historia del hasta entonces granítico Partido Revolucionario Institucional.

Junto con Cuauhtémoc se salieron cientos de priístas, y entre los principales figuraba Porfirio Muñoz Ledo, y allá por la tercera fila Andrés Manuel López Obrador, aupado en una dirigencia local priísta en su natal Tabasco.

Desde que era secretario de Programación y Presupuesto, Salinas traía la fama de muy desalmado. Tanto, que en el pináculo del poder Demaladridiano se susurraba a algunos directores de diarios capitalinos que era él, Carlos Salinas, el poder tras el trono; el que ninguneaba al presidente de la República en funciones. El tapado presidencial, ni más ni menos.

Cuando De la Madrid convocó a seis de su gabinete a jugar por la candidatura presidencial del PRI, la gente metida en el medio político se reía. Era una farsa que se estuvieran dizque confrontando por la candidatura priísta gentes como Alfredo del Mazo, Manuel Bartlett Díaz, Ramón Aguirre Velázquez, Miguel González Avelar, Sergio García Ramírez y Carlos Salinas de Gortari.

Una farsa, porque todo mundo sabía que Salinas sería el elegido. Y así ocurrió, a pesar del madruguete que Del Mazo y García Ramírez  intentaron dar a De la Madrid (y a Salinas).

La corrupción se enseñoreó en aquel sexenio, conseguido a punta de ladronerías electorales. Eran los tiempos en que Salinas pretendía escaparse hacia adelante, con la pretensión de que acabado su sexenio iría a ocupar la presidencia, mínimo, de la Organización Mundial de Comercio.

Fueron los tiempos en que el partido opositor a Salinas, el PRD de reciente cuño, vio cómo le asesinaban a más de 600 militantes.

El asesinato de Colosio, candidato del PRI a la presidencia de la República, el 23 de marzo de 1994, la irrupción del EZLN el 1 de enero de ese año, el asesinato del yerno de Salinas, José Francisco Ruiz Massieu,  y la muerte trágica más tarde de Mario, hermano de éste, así como el asesinato del cardenal Posadas en el aeropuerto de Guadalajara, fueron eventos de sangre que terminaron marcando para siempre el sexenio de un presidente con fama no sólo de alevoso sino también de muy mal alma, y vengativo.

Zedillo –sustituto de Colosio, impuesto por Salinas- continuó con el sello privatizador que había comenzado salvajemente en el sexenio anterior, y también quedaba marcado por la corrupción. Aunque, acaso, en algo salvaba un poco su pellejo ante el juicio de la historia: Zedillo permitió el triunfo del candidato opositor del PAN Vicente Fox en el 2000.

Cuando llegó Fox, mucha gente, millones, creían haber llegado por fin a buen puerto, después de un México bajo naufragio en décadas, buscando a la deriva una democracia que el PRI siempre escondía al pueblo como esconde un fullero las cartas bajo su manga.

La gente creyó en el 2000 que, con Fox, había llegado la transición hacia una verdadera democracia, y que, por fin, el PRI se iba a ir para siempre y que sólo sería recordado como inevitablemente se recuerdan las pesadillas.

Pero, “maldita sea la cosa”…, solían exclamar gente en la calle y en los corrillos políticos del país. Fox fue un farsante. Un terrible inepto. Un mentiroso de siete suelas. Un corrupto y un ladrón como el más corrupto y ladrón de los presidentes priístas que se acababan de ir.

Se enriqueció haciendo negocios para él y para su familia; firmó acuerdos secretos con el gobierno de los Estados Unidos, en los que la Soberanía nacional dejaba bastante lastimada la salea. Y fue el protagonista de uno de los más graves y cínicos robos de una elección presidencial.

En 2006 ayudó al alcohólico furibundo de Felipe Calderón a robarse la presidencia. Y está más que documentado que así sucedió.

Esta primera acción anunciada por Amlo significará mucho para la salud pública del país, porque ha hablado de combatir nada menos que estos dos cánceres: la corrupción presidencial y el robo electoral; dos cosas que a Peña Nieto le salieron muy bien… excepto esta última, por la avasalladora participación del pueblo de México.

 

Redaccion Diario de Palenque

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