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Los amarres, amores

 Los amarres, amores

Los amarres, amores y desamores de Castañeda
Carlos Puig
CARTONEl primer acierto de Jorge G. Castañeda en su autobiografía Amarres perros es el epígrafe elegido de Educación de un Cabalista, de Rav P.S. Berg, atribuido al rabino Yehuda Brandwein: “Cuando un hombre sin enemigos parte de este mundo hacia el siguiente, el Creador sabe inmediatamente que esa persona ha desperdiciado su vida”.
La elección es la primera provocación —de muchas—, revela uno de sus principales atributos: la imposibilidad de pasar desapercibido.
El segundo acierto es que Castañeda ha decidido no rehuir a nada. No hay tema, momento, personaje, circunstancia, acierto o fracaso que haya obviado, escondido o ignorado. Se escribe fácil, pero no es la tradición mexicana, en la que los personajes de la vida pública acostumbran escribir memorias que no dicen nada o libros para tirar rollos aburridísimos de lo que, creen, otros deberían de hacer.
No es así Amarres perros, que transita de lo privado —la relación de Jorge con sus padres y sus hermanos, con sus mujeres y con sus hijos— a lo público. De la cercanía con su padre canciller a su frustrada candidatura independiente a la Presidencia.
Valga la pena recordarlo: Castañeda ha estado cerca de la vida pública mexicana toda su vida. Muchas veces como protagonista, otras como cercanísimo observador; pero sería, creo, imposible encontrar a alguien que en los últimos 30 años pueda contar lo que se cuenta en Amarres perros. Del salinismo a la campaña de 2012, Castañeda ha estado ahí, influyendo, aconsejando, peleando, grillando.
Y, sobre todo, se agradece que lo cuente sin pudor. Corrijo, sin el falso pudor de nuestros personajes públicos y élites gobernantes. Castañeda ha escrito un libro político en el que cuenta algunas cosas de la política, pero sobre todo muestra que la política no es ese lugar inmaculado, lleno de santos y vírgenes donde todos, unidos, buscan el bien común. Y eso se agradece mucho. Parte de la disfuncionalidad mexicana tiene que ver con esta idea de la política como castillo de la pureza. La política es otra cosa: es forcejeo, negociación, cesión y conquista, traiciones, lealtades, y mucha tenacidad. Que no es lugar para no ensuciarse.
Como su autor, Amarres perros es un libro que no sabe pasar desapercibido.

Que Malala los perdone
Jairo Calixto Albarrán
Pues con la obvia novedad de que los panistas otra vez fueron engañados por los choznos de don Plutarco. O sea, cometen siempre los mismos errores y al final terminan por lo regular brindando otra vez con extraños. En los tiempos de foximiliano y martota, les hicieron creer que iban a pasar las reformas estructurales, se los llevaron a lo oscurito y los llenaron de promesas para que a la hora buena, los dejaran junto con la maestra Gordillo colgados de la brocha. A Calderón le pasó lo mismo: creyó negociar con los priistas grandes transformaciones patrióticas, entre ellas la privatización petrolera, para que luego me lo mandaran al mismo lugar donde Jelipillo había mandado a las víctimas de la Guardería ABC.
Y en el presente sexenio las cosas tampoco fueron distintas. Los pitufos volvieron a creer en el Gárgamel tricolor y volvieron a sufrir engaños y decepciones en el marco del Pacto por México. Los usaron, los vejaron y se quedaron con el crédito. Y por más que digan los choznos de Gómez Morín que las reformas eran suyas, el que las lució, las exhibió y se las apropió fue mi licenciado Peña Nieto.
Al PRD chuchista tampoco le ha ido bien. Todas esas alianzas y pactos no les han servido de mucho. Pensemos en el affaire guerrerense donde el PRI los ha dejado a su suerte siendo que son la ocasión de lo mismo que culpáis. Bueno, ni siquiera les consiguieron unos generosos créditos con el Grupo Higa para que se hicieran de una casita de interés social como la que el secretario Videgaray tiene en el club de golf en Malinalco, Estado de México. No se vale.
Eso sin contar la eterna promesa incluida de darle chance a la Constitución de la Ciudad de México, cosa por la cual Mancera lo ha sacrificado todo sin recibir más que migajas a cambio.
Pero ahí no termina la increíble y triste historia del cándido PAN y los priistas desalmados. Confiados en que se podían ganar algo de rating encabezando la lucha contra la corrupción (sobre todo luego de escándalos con Montana, troches, moches y canibalismo pueril), ahora ven con terror cómo el PRI les birla la propuesta y la convierte en el guión de una loca película de impunidades y una triste canción de horror. Digo, por lo menos le hubieran dejado a la Auditoría Superior de la Federación un mendrugo de dientes para mordisquear a los trácalas.
¡Mil puntos para la corrupción!
Cuenta Darío Fo en el libro donde defiende a Lucrecia Borgia que los príncipes del Renacimiento no solo eran corruptos, sino también cultos.
Que los perdone Malala.

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