Nada personal, solo negocios

 Nada personal, solo negocios

Bárbara Anderson

TRIUNFO SIN VOTOSLeyTelecom: primero, concentración; después, quién sabe

Ahora que el Senado aprobó las leyes reglamentarias que darán respaldo a la nueva Ley Federal de Telecomunicaciones (falta el voto en la Cámara de Diputados) muchos anticipan una nueva revolución en el sector, de mayor impacto que la que detonó la privatización de Telmex en los 90.

Si bien los principales objetivos son incrementar la competencia, abatir la concentración y abrir una nueva era de servicios a favor del consumidor, todo esto podría iniciar con ciertas contradicciones al espíritu de apertura de mercados y habrá que esperar las decisiones de algunas firmas afectadas.

Así que a pesar del triunfalismo con que fue saludado el voto en el Senado y que tiene a muchos imaginando millones de dólares en nuevas inversiones, podría darse el caso de que mucho de esto se dirija a concentrar más la industria.

Ya desde el año pasado se menciona que Telefónica es de las más interesadas en sacar la chequera y hacerse del control de algunos rivales. Si bien todos los ojos apuntan a que Movistar podría comprar a la regia Axtel, de Tomás Milmo, también es cierto que, operativamente la española y Nextel tienen bastante en común al compartir sus redes y espectro.

Telefónica nunca ha estado cerrada a crecer comprando y con el marco que limita la inversión foránea en telecomunicaciones modificado, se antoja un movimiento para aliviar sus costos de operación comprando firmas con espectro o redes ya destacadas y, sobre todo, carteras con millones de usuarios.

Por una parte, algo están cocinando en Grupo Carso.  Del lado de Telmex, su consejo de Administración va a pedir a sus accionistas votar un probable aumento en el capital de la empresa. Esto significa que la firma, que domina más de 60 por ciento del mercado de banda ancha y 90 por ciento de la telefonía fija, podría estar pensando ampliar su presencia fuera de México como una forma de detener una eventual caída en sus ingresos, ya sea por menores tarifas en sus servicios o por una corrida de clientes a la competencia.

Por el otro lado, América Móvil, que domina casi 71 por ciento del mercado de la telefonía inalámbrica, se ha amparado contra la definición de preponderante que le endilgó el Ifetel y el propio Carlos Slim ha llamado a la #LeyTelecom como “confiscatoria”.

Fuera de registro

Nicolás Alvarado

No hay que juzgar un libro por su portada

Lo digo en sentido tanto literal como metafórico, y a propósito de un mismo título: el recién publicado Apuntes de laIndia (Rosa Ma. Porrúa Ediciones) de Claudia Marcucetti Pascoli. Primero: no se deje ahuyentar el lector por la apariencia física del libro. Que sea pequeño está muy bien: es el primero de lo que promete ser una colección de diarios de viaje de la autora, literales libros de bolsillo, pensados para caber en el del saco, en el trasero del pantalón o incluso en el portadocumentos, espléndida idea de la editorial que consiste en publicar pequeñísimos volúmenes no solo sobre el viaje (el de Marcucetti) sino para el viaje (el de uno). El problema es que su diseño es francamente muy feo: una feria de tipografías pasadas de moda, fotografías viradas a sepia en un automatismo retro e imágenes de stock o bajadas de internet, que simulan malamente —con una Mac casera y una mentalidad casera, digamos— la estética de una libreta de apuntes personales del siglo XIX. Flaco favor le hace ese diseño, porque el librito es un gran libro, asunto del que me ocuparé un poco más abajo, pues primero he de ocuparme de su autora.

A Claudia Marcucetti tampoco hay que juzgarla por su portada, que es bellísima pero que en virtud de ello —y de los prejuicios del medio literario— ningún bien le hace. Mujer más que guapa y arquitecta exitosa en los tiempos en que ejerciera su profesión, solía ser imagen recurrente en las páginas de sociales. En algún momento decidió quemar sus naves y dedicarse a su verdadera vocación, la literatura, y comenzó con el pie izquierdo: Lotería, su primer libro de cuentos no es digno de memoria. Pero su segundo libro, Los inválidos, es notable: a un tiempo novela de ideas y juego metaliterario disfrazado de thriller erótico con tintes hitchcockianos, se antoja digno de toda la atención que no recibiera en su momento, acaso por no haber aparecido en un sello demasiado prestigiado —lo publicaba la vieja y agónica Diana previa a su venta a Grupo Planeta— pero, sobre todo, por no formar su autora parte del establishment literario. Su segunda novela, Heridas de agua, exitosa en ventas e ignorada por la crítica —se establece ya un patrón— es cosa correcta pero menor. En estos Apuntes de la India, sin embargo, recuperamos a la Marcucetti de Los inválidos: en sus mejores momentos, la suya es una voz que cultiva a un tiempo el cinismo y el romanticismo —lo que los alemanes llaman Weltschmertz— dotada del humor corrosivo y autoderogatorio de una eterna misfit, ajena a todo y a todos, dudosa de todo, incluso de sí misma.

Hay una tercera razón por la que vale recordar a propósito de Apuntes de la India que no hay que juzgar un libro por su portada: a estas alturas, quien se enfrente a un libro con este título imaginará uno de tres escenarios. 1) Que se trata de la crónica de una iluminación espiritual —máxime cuando su narradora se confiesa desde el inicio en trance de vivir tres duelos: por la muerte, separada apenas por quince días, de cada uno de sus padres, y por la de una relación amorosa—, del relato ñoño y presuntamente edificante de alguien que dizque ha visto la luz. 2) Que se trata de una colección de clichés bienpensantes sobre la miseria y las desigualdades de aquel país. 3) Que enlaza —de los males el menos— una colección de chistes predecibles y socarrones sobre ese viaje de autoconocimiento que ha devenido en lugar común. Por fortuna, Apuntes de la India es algo más original, más genuinamente conmovedor y más inteligente.

Consciente de lo que quiere narrar y de sí misma, lectora crítica de todo como todo buen escritor, Marcucetti se cuenta como alguien que pretende redimirse, que quiere encontrarse, que anhela creer… pero que nomás no puede. Así, el humor de la crónica deriva no de una mirada cruel sobre lo visto, sino sobre lo vivido: Apuntes de la India es, sí, la crónica de un viaje interior pero de uno que no pudo llegar a destino, plagado de accidentes, de incidentes chuscos, de esfuerzos fallidos, de dolor consignado con buen humor y mala leche. Como en ciertas narraciones hoy clásicas de Borges, de Pitol, de Fonseca, Marcucetti narra la historia de alguien que busca la verdad y que descubre en esa búsqueda —con toda la amargura que esto supone, aun si a la sazón risueña— que tal cosa no existe, que el lugar al que pretendía arribar no tiene sede y que el viaje mismo no tenía sentido. Que logre transmitir esto bajo la forma presumiblemente ligera de una crónica de viaje no es mérito menor; al contrario, ofrece nuevos derroteros a un género poco (y poco honrosamente) cultivado en nuestros tiempos.

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