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Hugo mira la mañana

 Hugo mira la mañana

Por David Martín del Campo

“Estoy como el viejo Nonno”, me dijo Hugo entre murmullos. Había terminado el homenaje en el Palacio de Bellas Artes y, sentado en su reluciente silla de ruedas, alzó el rostro para aclarar: “¿Te acuerdas de la última escena de La Noche de la Iguana, donde Cyril Delevantti hace el papel del anciano que busca escribir su último poema? Así estoy yo, esperando ese momento”.

Hugo Gutiérrez Vega se disculpó, “he tenido la salud un poco quebrantada en los últimos meses”, pues caminó al estrado con la lentitud de los metafísicos. Lo recordé entonces el 14 de septiembre de 1973, subido quién sabe cómo hasta la terraza de la embajada de Chile, proclamando la urgencia de organizar brigadas de todo tipo para defender al derrocado gobierno del presidente Salvador Allende.

Eso me hizo recordar la última entrevista de Elías Nandino, el irreverente poeta de Contemporáneos, cuando en 1993 declaraba: “Y yo que escalé la cumbre del Iztaccíhuatl, ahora no puedo subir ni una pinche banquetita”, porque Gutiérrez Vega era el eje vector de esa terrible tercia que se juntaba cada estación en su mesa del Bellinghausen de la Zona Rosa: Carlos Monsiváis, Sergio Pitol y él mismo, que no dejaban títere con cabeza. Ahora esa troika languidece.

Los participantes en el Homenaje por sus 80 Años (Marco Antonio Campos, Juan Domingo Argüelles, Jorge Islas y Luis Tovar) destacaron la nostalgia y la melancolía que habita en los versos de Hugo. “…los perros de mi rumbo le ladran a la luna que aparece y se oculta. La miro desde mi ventana y como en la infancia me pongo a decirle cosas; no me las concederá”. Porque Gutiérrez Vega ha sido un viajero incansable. Todos los paisajes que ha mirado –su desempeño diplomático no ha sido menor– están en su poesía… Grecia, desde luego, Brasil, España, Puerto Rico, Gran Bretaña. Escenarios que lo devuelven, una y otra vez, a la casa familiar que habitó cuando niño en sus Lagos de Moreno imborrable. Las macetas del corredor, las jaulas de los pájaros, la Sierra de la Cuatralba que engullía las nubes.

Hugo lo ha sido todo: catedrático, rector universitario, sindicalista, actor de teatro, orador político, promotor cultural, diplomático, articulista y, desde luego y sobre todo, poeta. Cuando en 1967, como rector de la Universidad de Querétaro (tenía 33 años) organizó un foro de discusión del Psicoanálisis, al día siguiente una turba guadalupana pretendió incendiar el edificio porque ahí “se están diciendo cosas sexuales de las madres mexicanas” (lo cual, por lo demás, era cierto) y debió renunciar. Cuando se desempeñaba como agregado cultural en Madrid, él mismo, martillo en mano, se encargaba de colgar aquella primera exposición de pintura mexicana que los funcionarios del franquismo se negaban a consentir. Cuando coordinador del Comité de Solidaridad con Chile, él mismo, con varias maletas llenas de billetes (reunidos por los exiliados en México) intercambiaba en el aeropuerto de Panamá presos políticos al aeropuerto de Panamá; del franquismo se negaban a las jaulas de los, una y otra vez, a la casa familiar, políticos por fajos de dólares. Cuando participó como actor (y director de Difusión Cultural de la UNAM) en el montaje del drama isabelino “Lástima que sea puta”, dirigida por Juan José Gurrola, el rector de entonces le dijo que muy interesante, pero que a su mujer le pareció indigna… muchas gracias, ¿podría presentar su renuncia?

El tremendo Hugo que, apenas egresado del Instituto de Ciencias en Guadalajara, se afilió a Acción Nacional y fue uno de los principales oradores en la campaña de Luis H. Álvarez en 1958, y que, como recordaba hace poco, “nos tiraban balazos en los mítines, la gente salía despavorida, pero nosotros aguantábamos porque siempre disparaban un metro por encima de nuestras cabezas”. Y ahora, paradojas de la vida, se asume como marxista. Lo cual está muy bien, mientras siga ofreciéndonos poemas como el de su abuela, que hablaba con los pájaros y los confundía con ángeles, “la muerte es grande, dices, y la vida se concentra en tu trenza. No hemos perdido nada. La mañana sigue entrando a la casa”.

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