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Mucho vértigo; mejor que se serenen

VICENTE BELLO

Treinta millones de mexicanos votaron por Andrés Manuel López Obrador con el inexcusable propósito de cambiar profunda y radicalmente el país. Así lo prometió el ahora candidato presidencial triunfador. Así lo entendieron todos: quienes lo apoyaron con sus votos y quienes se opusieron a que llegase al extremo de que muchos participaron en una guerra sucia en su contra, que no fructificó porque fueron tantos mexicanos los que votaron en  su favor que esa candidatura, la del tabasqueño, se transfiguró en una barrancada que derribó y arrastró a cuantos se le opusieron.

¿Y qué es un cambio profundo y verdadero, como reiteradamente lo prometió López Obrador?

A una semana del triunfo histórico de Amlo, ha comenzado a correr mucha agua bajo el puente. Es de vértigo la serie de sucesos que envuelven al candidato ganador de la contienda presidencial, y así como se ha seguido hablando de los cambios, así también han comenzado a escucharse voces -al interior del equipo que triunfó- en un sentido ambiguo hacia los cambios que prometieron.

Por eso conviene recordar a todo el mundo lo que prometió Amlo cuando hablaba de la necesidad de un cambio profundo y verdadero.

De entrada, Amlo prometió que contribuiría desde el Ejecutivo Federal para echar para atrás todas las reformas –estructurales, fueron apodadas por sus impulsadores- que aprobaron los diputados y senadores de la 62 y 63 Legislaturas subordinados a la presidencia de Enrique Peña Nieto.

Y, presumiblemente, cuando dijo esto, todos pensaron en que, llegando a la presidencia de la República, el Congreso de la Unión tendrá que trabajar para revertir la reforma laboral de octubre de 2012, que aprobaron el PRI, PAN, PVEM y PANAL.

Por supuesto, también la reforma educativa en sus niveles constitucional y de leyes secundarias, que aprobaron PAN y PRI, junto con sus rémoras Pvem, Panal, Mc y Prd.

Sin duda, la reforma que más daño ha estado causando a toda la gente es la energética, que aprobó el PRI, PAN, PVEM, MC y PANAL en agosto de 2014. Una reforma que la mayoría de los mexicanos que votaron por Andrés Manuel estarían esperando con furor sea echada para atrás.

De esa reforma –en realidad un conjunto de reformas, que fueron desde hacerle cambios al 27 constitucional a la creación de nuevas leyes, como la de hidrocarburos, pasando por una docena más de leyes modificadas para ponerlas a tono con la privatización del sector energético-  barbotaron mandatos jurídicos inobjetablemente malditos para la vida de los mexicanos, como el alza sin nombre de las gasolinas y el diésel, y también de la energía eléctrica.

Esta reforma energética no fue una reforma cualquiera. Es una reforma que ha provocado mucho sufrimiento a los mexicanos y que fue construida con engaños, mentiras y un cinismo superlativo de individuos como David Penchyna Grub, Emilio Gamboa Patrón y toda una cauda de infames que están ahora a punto de irse al basurero de la historia junto con su jefe máximo Enrique Peña Nieto.

Fue la reforma energética, de hecho, la reforma que cambió radicalmente, para mal, el rumbo del país. En el viraje de timón, quienes la prohijaron con Peña como timonero, prometieron que este barco llamado México se enfilaría por un mar descampado y promisorio hacia un puerto inédito, donde el crecimiento del país sería único. Como único sería el destino de los mexicanos a raíz de la reforma de marras.

Sin embargo, la travesía del barco mexicano va para los cuatro años y no se avizora absolutamente el puerto que prometieron, sino un desfiladero, un farallón, y con los vientos alisios empujando, enfurecidos, contra el filo de los cantiles.

Para el caso de la reforma energética, Amlo no prometió echarla para atrás pero sí revisar cada uno de los más de 120 contratos que el gobierno de Peña Nieto ya firmó con petroleras trasnacionales. Y en el caso de que encuentren abusos, ilegalidades y aun inmoralidades de quienes firmaron, entonces se cancelarán, y dijo que estará dispuesto a enfrentar juicios aun en paneles internacionales.

Hay, sin embargo, un asunto muy sensible, que debió haber aclarado al detalle desde las campañas: el precio de las gasolinas y el diésel. Mucha gente que votó por él votó suponiendo que tan pronto asuma la presidencia de la República, el 1 de diciembre próximo, el precio de las gasolinas bajarían.

En realidad no bajarán, según ha dicho el mismo López Obrador y el burócrata que piensa colocar en la titularidad de Hacienda, Carlos Urzúa. Sí, en cambio, se detendrá el corrimiento al alza de los precios de los combustibles y, en tres años, o para ser más precisos, al comienzo del cuarto año entonces sí bajarán los precios, una vez que estén echadas a caminar las seis refinerías que se habrán de remodelar, y las dos más que prometió serán construidas, en Campeche y Tabasco. Y, promesa mayor, entonces dejará de importarse toda la gasolina que ahora se trae de refinerías de los Estados Unidos.

En el caso de la reforma educativa, Amlo reiteró que será cancelada. Pues ahora, a una semana del triunfo, ya el que anunció como su próximo secretario de Educación Pública, Esteban Moctezuma Barragán –secretario de Gobernación en los tiempos de Zedillo y, más recientemente, empleado de la televisora Tv Azteca- acaba de declarar que se irá a consulta pública para discernir qué se desecha y qué no.

Sería bueno que Amlo se serene y haga ajustes de posicionamientos del gabinete virtual, porque han comenzado a encender focos que no tendrían por qué encenderse.

Redaccion Diario de Palenque

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