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Duda razonable

 Duda razonable

Explicar o rendir cuentas
Restricciones y opcionesCARLOS PUIG
Desde que estalló el escándalo de la casa de los Peña, construida por un proveedor del gobierno del Estado de México y del gobierno federal, el Presidente y su equipo se la han pasado dando explicaciones.
Primero aquel boletín, después Eduardo Sánchez con Carlos Loret de Mola; de regreso del viaje, el Presidente en el hangar con la frase “aseveraciones imprecisas y carentes de sustento”; un par de días después el video nocturno de Angélica Rivera, el anuncio de la venta de la casa, la publicación de los contratos y una declaración de impuestos; al día siguiente el vocero en una larga conversación con Carmen Aristegui, y ese mismo día el Presidente haciendo públicos los datos de su declaración presidencial.
Tenemos pues, a la vista, documentos, narrativas, historias, defensas del honor, algún reclamo, una casa en venta… ¿Por qué entonces el asunto no se acaba?
Creo que la razón es muy simple: explicar no es rendir cuentas.
Frente al señalamiento no es suficiente el acto voluntario de un individuo. Menos si se trata del presidente de la República.
En sus apariciones con Loret y Aristegui, sobre todo en la segunda, Eduardo Sánchez ha respondido con sus argumentos y razones a la pregunta central de este embrollo que tiene que ver con el conflicto de interés, es decir: si existieron condiciones fuera de mercado, ventajosas, tanto en la venta de la casa a la señora Rivera como en la asignación de contratos gubernamentales —del Estado de México y la Federación— para la empresa que construyó la casa.
Eduardo Sánchez, que es abogado, citó leyes, fechas, valuaciones, dio algunas cifras de asignaciones a Grupo Higa, porcentajes de esas asignaciones dentro del presupuesto federal, etcétera. El problema es que como su puesto lo indica, él es vocero de la Presidencia y, por lo mismo, en este caso su dicho será siempre sospechoso, aunque sea verdadero.
Es por eso, por ejemplo, que la anunciada venta de la casa parece una penitencia sin pecado.
Si el Presidente no quiere que este asunto lo persiga los próximos cuatro años, debería nombrar un fiscal especial que sea quien con todos los documentos, todas las explicaciones y todas las leyes dilucide y responda la pregunta sobre conflicto de interés. Esa es la manera institucional de rendir cuentas. Que no es lo mismo que dar explicaciones.
Escribía con razón Liébano Sáenz el sábado: ya no es tiempo de esfuerzo mediático de control de daños. Ese tiempo ya pasó.

dudarazonable@milenio.com
Twitter: @puigcarlos

La letra desobediente
Marchas
Braulio Peralta
O cambia la política tal como la entendemos, o los políticos quedarán rezagados muy pronto después de los sucesos en Ayotzinapa. El despertar de la población a la desaparición de los 43 estudiantes de Guerrero muestra a las claras un cambio urgente en las esferas del poder si quieren continuar en sus puestos públicos.
Los jóvenes sacaron la casta que estaba agazapada desde hace mucho tiempo. Ellos son factor primordial de un cambio de actitud en la población mexicana. Hay que verlos en las calles dispuestos a encontrar respuesta a sus demandas. No puede haber oídos sordos, ya no. El tiempo está de su parte. Los partidos y sus líderes, sin excepción, han quedado fuera de la renovación de la política. Nadie les cree mientras no den pruebas para esclarecer Ayotzinapa.
México quiere, le urge un nuevo rostro donde nunca más aparezcan los signos del nazismo en aquel basurero del estado de Guerrero. A semejante crimen es imposible no exigir justicia pronta. No solo la caída de sus asesinos sino el peso de la ley contra quienes solaparon desde el poder la abyección que todos vimos en los videos de la Procuraduría General de la República, con Murillo Karam.
El crimen de Ayotzinapa ya es un símbolo del cambio en los próximos meses. Los partidos políticos deben repensar su forma de estar, del lado de los ciudadanos. Sus líderes hoy no están en el mejor momento de su vida pública. Es la hora del Estado de Derecho. Un país sin derecho es una nación al borde del abismo. Y es eso justo lo que estamos viviendo en nuestro país.
También el mundo de los artistas e intelectuales que se han mantenido al margen de los sucesos, está resquebrajándose. Justificar al gobierno contra la exigencia pronta de la justicia es imposible. El artículo de Heriberto Yépez en el último número de Laberinto es clarísimo en este punto. Las marchas empujan al país a otra forma de gobernar. También a otra forma de acercar al mundo intelectual con los ciudadanos. Es hora de las definiciones públicas.
Parece soñador —y hasta tonto—lo aquí escrito. No lo creo. Hoy sería imposible que Irma Serrano se quedara en su casa con la mesa de billar de Maximiliano, que Gustavo Díaz Ordaz le regaló a la artista, era otro tiempo; fue después del 68, ahora, después de Ayotzinapa, la conciencia está despierta, de pie, alerta. Las marchas son un reflejo de esa conciencia colectiva.

braulio.peralta@milenio.com

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