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Esperando a Godzilla

 Esperando a Godzilla

Por David Martín del Campo

El vaso medio llenoLa pesadilla retorna. Despertamos angustiados –el SAT nos ha arrebatado el sosiego– y al asomar por la ventana, allí, a medianoche, aparece el monstruo. Es horrible y ha llegado a destruirlo todo. Una y otra vez, como una maldición bíblica, emerge del mar con su ira inaudita.

Por enésima ocasión, Godzilla llega a las pantallas de cine luego de cumplir sus muy venerables 60 años. La película de Gareth Edwards –todo un alarde de efectos especiales–, es un remake más de la saga iniciada en 1954 por los estudios Toho, cuando Japón buscaba reconciliarse con el desastre que le significó su rendición incondicional después de los dos bombardeos atómicos ordenados por míster Harry Truman.

Godzilla no es más que un dinosaurio demodé, quizá instigado por el mini cuento del mini narrador mini Tito Monterroso, que inicia con la sugestiva frase “y cuando despertó…” Cuauhtémoc Gutiérrez de la Torre seguía ahí. ¿Se imaginan? Y todo por la tentación de Eva, nuestra abuela primigenia, cuando se dejó seducir por las palabras del nefando reptil y probó del fruto del árbol prohibido. Nuestro castigo fue el pudor y el trabajo, el de la sierpe lo esbozó Jehová con aquella frase demoledora: “Te arrastrarás sobre tu vientre y comerás polvo todos los días de tu vida”.

Son lo peor del mundo. Dragones, lagartos, cocodrilos, iguanas y víboras echando a perder el paseo familiar en la playa. El horror innato a las serpientes (sin necesidad de consultarlo con el Dr. Sigmundo) viene de su obviedad fálica. Pobres víboras del mundo, nadie las deja vivir en paz. El machete y la pedrada. Hay que matarlas nomás porque sí, no vayan a trepar por las verijas de nuestras mujeres, ¡Alabado sea!

Todos lo sabemos: los dinosaurios desaparecieron súbitamente hace la friolera de 65 millones de años, cuando el meteorito de Chixchulub, y ante cuya ausencia surgimos los mamíferos (usted también) como el orden suplente. Pero como en la pesadilla de Tito, los dinosaurios permanecieron ahí. Vetustos, siniestros, torpones, muy del tipo del balbuceante Fidel Velázquez (que dirigió la CTM durante 47 años, hasta 1997) o del sanguinario Gustavo Díaz Ordaz, o del dirigente petrolero Joaquín Hernández Galicia (“la Quina”) cuyo pecado mortal fue apoyar en secreto la campaña de Cuauhtémoc Cárdenas en 1987. Pero un día, los dinosaurios tricolores ya no estuvieron ahí. Fueron erradicados por los Chicago boys, que aunque no daban golpe (ni dan) eso sí, usaban corbatas italianas en vez de pistolas en la sobaquera.

Pero Godzilla ha retornado como la representación del monstruo más malo del mundo en la imaginación del cuentista Francisco Hinojosa. Malo, muy malo porque arrasa con todo y nada respeta. Destruye ciudades, edificios, coches… Es decir, como un esperpento anticapitalista escurrido de alguna página de Carlos Marx, ha llegado para machacar la sacrosanta propiedad privada, y contra eso, ¡ah, no!, todo el peso de la ley, de las armas y de los drones recadrones.

Mis hermanos y yo, en su momento, también contribuimos a la lucha contra la sierpe del mal. Aquella Navidad mi padre nos había obsequiado un rifle de municiones con el que nos sentimos Jim de la Selva explorando la jungla hasta dar con el tigre; pero como nunca nos llevaban más allá del lago de Chapultepec, cazábamos lagartijas. O ratas, pero las muy sagaces siempre escapaban a nuestro tiro. Fue nuestra manera de contribuir a la aniquilación de los innombrables reptiles estigmatizados en el Antiguo Testamento. Como San Jorge, matar al dragón, o a las lagartijas que merodeaban la barda en casa de mi tía Teresa. Quien les manda.

Arrastrándose, mordiendo el polvo, estigmatizados van los reptiles del mundo buscando no asomar ante nuestra mirada. Y cuando lo hacen, resentidos, lo hacen con la furia de un tiranosaurio. Por eso el único que los supo comprender fue el poeta granadino: “El lagarto está llorando / la lagarta está llorando / El lagarto y la lagarta / con delantalitos blancos…”. No se equivocaba Federico García Lorca, mirándolos tan viejos y tristes, “¡Ay, cómo lloran y lloran; ay, cómo están llorando!”, sabiendo que Godzilla nunca llegará.

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