Mundo Tlacuache
Un riesgoso legado – Parte I
por Agustín Ramírez
Cuando nos enteramos del contenido de la reforma energética del presidente de la República algunos pegamos un brinco. No porque nos afecte por ser beneficiarios o ganadores de una licitación gracias a la reforma peñista, misma que apenas esta arrojando los resultados prometidos hace 8 años cuando fue aprobada en el Congreso de la Unión.
El riesgo de esta reforma es enorme y eso lo sabe el Gobierno Federal y lo entiende López Obrador. No había visto esta patria un movimiento tan atrevido desde la nacionalización de la banca en 1982, cuando en su desesperación por borrón y cuenta nueva, el Jolopo decretó el control de cambios de divisa y la expropiación mencionada.
El resto ya lo conocemos. México cayó en una crisis que ni aún hoy parece ser superada y eso que hemos entrado al mundo de la globalización.
Dentro de la historia, solamente han ocurrido 5 grandes expropiaciones que derivaron en cambios profundos, sociales, positivos y hasta negativos en su momento, mismos que dieron un alto costo a la historia de México.
La primera fue durante la Guerra de Reforma, la gran guerra civil mexicana de mediados del siglo XIX entre Liberales y Conservadores. Esos grupos que López Obrador menciona como referencias a su lucha ideológica con la oposición.
Volviendo al punto. Esa nacionalización fue sobre bienes eclesiásticos para beneficio de la patria en medio de un descarrilamiento que no terminó en esa guerra y que continuó durante la Guerra de Intervención. Pero, ojo, esa expropiación es esencial porque marcó el inicio del estado laico tan violentado en los últimos 30 años. Fue tan importante que por eso hoy la iglesia no puede intervenir, de forma al menos directa y más pública, en las decisiones del estado.
Las siguientes dos, casi al mismo tiempo, fue durante el gobierno de Lázaro Cárdenas. El ferrocarril, que estaba concesionado a extranjeros desde el porfiriato, pasaron a formar parte de Nacionales de México con todas sus líneas hasta la privatización de fines de los noventa. Junto a ella ocurrió la más simbólica de los herederos de la revolución y bandera del PRI desde entonces: la petrolera.
Todo México se volcó a respaldar a Tata Cárdenas en ambos momentos. El ferrocarril era la arteria funcional del territorio nacional y el petróleo ya era el oro negro del mundo. Estaban tan orgullosos que todos fueron a Bellas Artes para entregar dinero, bienes y hasta animales con tal de respaldar al presidente de la República en tan importante decisión, sobre todo para expulsar a los yankees.
En 1960, hace ya más de 71 años, Adolfo López Mateos, el último presidente al que todo México quiso de verdad, al que respaldó, apoyó de forma incondicional, expropió las industrias eléctricas. Fue tal el apoyo recibido al presidente López Mateos que el resto de su mandato los palazos a las marchas sociales poco importaron al país.
López Mateos se ganó su nicho en la historia por expropiar algo que los extranjeros ya querían fuese nacionalizado, pero se requería ese pretexto y el señor presidente lo supo aprovechar.
Lo del otro López, Portillo, ya lo sabemos. Quería ser recordado como el héroe que se soñaban, como el salvador de México y quería tapar el caos de la crisis que generó expropiando la banca. Craso error.
La economía no creció por 3 años y para rematar, en 1985, el sismo cimbró a México y al PRI también.
El Jolopo, a quien la gente ya llamaba perro, por sus dichos sobre defender el peso como tal animal, se escondió para solo salir cuando Sasha quisiera pasearlo.
Ahora bien, la movida del presidente López Obrador es entendible pero no sensata.
Entendible porque apenas, como decía al inicio, estamos viendo los beneficios de la reforma energética de Peña. No es sensata por el riesgo sistémico y financiero que podría generar ahora, sobre todo con los gringos enojados porque hay cosas que no se han cumplido y que están estipuladas en el T MEC.
Hasta aquí me dio el espacio, nos leemos mañana, para analizar más profundamente esta nacionalización eléctrica disfrazada de reforma.