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Tren Parlamentario

TREN PARLAMENTARIO
Rompe Amlo el espinazo al antiguo régimen
VICENTE BELLO
La irregateable sencillez con que Andrés Manuel López Obrador llegó ayer a San Lázaro a tomar protesta como presidente de la República hizo que saltara en mil pedazos el rito victoriano que siempre acompañó al PRI desde el año 1927, y que después prohijó el PAN –de 2000 a 2012-. También quedaban rotos los goznes y derruidos los últimos pilares que sostenían al viejo sistema político mexicano.
La confrontación en el discurso con el régimen que se ha ido por una puerta lateral de la mano de Enrique Peña Nieto fue histórica. En su mensaje, desde el principio, López Obrador avisó: “Puede parecer pretencioso o exagerado pero hoy no sólo inicia un nuevo gobierno; hoy comienza un cambio de régimen político”.
Este 1 de diciembre de 2018, en el palacio legislativo de San Lázaro, las cosas que sucedían eran nuevas. Ya no, por ejemplo, se vieron en la primera fila a los siempre atrabiliarios soldados del Estado Mayor Presidencial, con cuya presencia arracimada acaballaban, intimidaban y proyectaban la imagen de un poder presidencial que pretendía, toda la vida, semejarse al poder omnímodo de un rey.
Ayer, súbitamente, el país se dio cuenta de la falsa indispensabilidad de aquel cuerpo de seguridad militar que, a lo largo de los sexenios, fue utilizado para reprimir en nombre del ejército; como sucedió en los tiempos de Adolfo López mateos con los ferrocarrileros, en los tiempos de Gustavo Díaz Ordaz en 1968, en el 71 con Echeverría, o hace seis años exactamente, cuando asumía el poder presidencial enrique Peña Nieto.
El único instante, acaso, en que le fue bien a Enrique Peña Nieto fue en el arranque del discurso de López Obrador, cuando éste le dijo: “Licenciado Enrique Peña Nieto, le agradezco sus atenciones. Pero, sobre todo, le reconozco el hecho de no haber intervenido, como lo hicieron otros presidentes, en las pasadas elecciones presidenciales”.
Y el restallido de Andrés Manuel, latigueando a Felipe Calderón y a Vicente Fox: “Hemos padecido ya ese atropello antidemocrático y valoramos el que el presidente en funciones respete la voluntad del pueblo. Por eso, muchas gracias, licenciado Peña Nieto”.
Pero el resto del discurso fue, párrafo tras párrafo, frase tras frase, una fiesta de reclamos a un sistema neoliberal de 36 años que llevó al país no sólo a arrodillarse ante naciones como los Estados Unidos, sino también a una pobreza brutal, creciente, como creciente fue el enriquecimiento de una élite coludida con el poder público.
Dijo Andrés Manuel López Obrador ante la estupefacción de un régimen jamás mejor representado en el rostro conmocionado de Enrique Peña Nieto: “A partir de ahora se llevará a cabo una transformación pacífica y ordenada, pero al mismo tiempo profunda y radical, porque se acabará con la corrupción y con la impunidad que impiden el renacimiento de México”.
Era la mirada más estupefacta, perpleja, atorada que se recuerde a un presidente saliente, la de Peña Nieto. López Obrador continuó: “Ahora, nosotros queremos convertir la honestidad y la fraternidad en forma de vida y de gobierno. No se trata de un asunto retórico o propagandístico, estos postulados se sustentan en la convicción de que la crisis de México se originó, no solo por el fracaso del modelo económico neoliberal aplicado en los últimos 36 años, sino también por el predominio en este periodo de la más inmunda corrupción pública y privada.
“En otras palabras, como lo hemos repetido durante muchos años, nada ha dañado más a México que la deshonestidad de los gobernantes y de la pequeña minoría que ha lucrado con el influyentismo.
“Esa es la causa principal de la desigualdad económica y social, y también de la inseguridad y de la violencia que padecemos”.
09:08 de la mañana. Comenzaban los posicionamientos de los grupos parlamentarios. A través de los monitores, en la sala de prensa de San Lázaro, todos daban seguimiento a los presidentes entrante y saliente, en sus respectivas casas. Pasadas las diez de la mañana, entonces todos vieron a Peña abordar una suburban seguida por otras con hombres fornidos, trajeados y con gafas; el retrato característico de los guaruras presidenciales.
Casi en el mismo minuto, Andrés Manuel salía de su casa en otro extremo de la ciudad; pero no en suburban, sino en su jetta blanco, a golpe de rueda, apretadísima la callejuela por una multitud.
Primero llegó Peña, quien se adentraba en el patio del frontis de San Lázaro, a donde lo esperaban priístas en su mayoría, arropándolo contra la presencia -indeseable para el todavía presidente- del diputado del PT Gerardo Fernández Noroña, de la comitiva de recepción.
Peña cruzó el patio, el Mezzanine, el pasillo central de corte victoriano, y se fue a lo alto del pódium para sentarse a la izquierda del que presidía, Porfirio Muñoz Ledo. Entonces el jetta llegó y de éste se apeaba López Obrador y su esposa.
Por esa escalinata externa, hacía una hora, se habían visto los invitados extranjeros, excepto Mike Pence, Ivanka y los otros gringos, quienes ingresaron por los estacionamientos.
Y cuando Amlo cruzó el pasillo y se fue al pódium de la mesa directiva, de inmediato Porfirio lo esperaba para tomarle la protesta de ley, seguido de la entrega de la banda presidencial por parte de Peña. Porfirio la recibió, y la entregó al presidente entrante, quien entonces comenzaba el discurso rezumante de historia, de casi dos horas.
El PAN consiguió su propósito: quedar como el opositor del nuevo régimen, utilizando su regateo por la visita de Nicolás Maduro, al tiempo mismo de sembrar a los Estados Unidos la idea de que son ellos sus aliados.
Todo comienza. Veremos.

Redaccion Diario de Palenque

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