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Historia de abusos

 Historia de abusos

Feggy Ostrosky y sus colaboradores del Laboratorio de Neuropsicología y Psicofisiología de la Facultad de Psicología (FP) de la UNAM, aclaran que un individuo ni nace violento, ni se vuelve violento; una conducta agresiva en las personas es consecuencia de diversas variables de riesgo: individuales, familiares y sociales, surgen individuos agresivos, subrayan.

Desde 1994, Ostroski se han dedicado a estudiar este comportamiento en diversos grupos de individuos. “Hemos tenido acceso a más de 370 internos de alta peligrosidad en reclusorios estatales y federales. Ahora bien, no sólo hemos observado a individuos violentos dentro de ellos, sino también afuera, como maridos golpeadores, policías judiciales y sujetos que tienen dificultades para controlarse y se meten en problemas”, indicó la especialista.

A partir de sus investigaciones, Ostrosky ha aprendido que hay factores de riesgo individuales –predisposición biológica– para desarrollar una conducta violenta.

“Se ha visto que si en ratones de laboratorio se modifican ciertos genes específicos relacionados con enzimas que degradan neurotransmisores que regulan el estado de ánimo, como la noradrenalina, la serotonina, la dopamina y la acetilcolina, entre otros, es posible crear ratones asesinos (knockout mouse) que empiezan a matar a sus compañeros”, apuntó Ostroski. En los seres humanos, dijo, también hay esta predisposición biológica y los genes específicos se ven activados por una historia de abuso físico y/o psicológico, o sea, por factores de riesgo familiares.

“Tenemos varios trabajos publicados en los que nos propusimos averiguar si los individuos que estudiamos habían estado expuestos a violencia familiar o habían sido testigos de golpes y violaciones, y encontramos que entre mayor era su nivel de psicopatía, mayor era la evidencia de abuso físico y/o psicológico que habían sufrido”.

En el caso del expediente de Juana Barraza Samperio, la llamada “Mataviejitas,” acusada de asesinar a 18 mujeres de la tercera edad y de haber intentado eliminar a otras dos, y cuya sentencia es una de las más largas en la historia de México: 759 años. “Sobre ella pesa un pasado de abuso psicológico intenso por parte de la madre. Al cometer sus actos homicidas, los asesinos seriales matan algo de ellos mismos. Juana escogió asesinar a su mamá. Una historia como la de este personaje ‘prende’ en un alto porcentaje los genes específicos mencionados,” indicó la especialista.

Ostroski ha diseñado una serie de instrumentos neuropsicológicos con normas de la población mexicana que toman en cuenta edad y escolaridad para analizar el funcionamiento del cerebro –el órgano de la conducta y las emociones– de los individuos violentos; hacen entrevistas y revisan expedientes, para entender cómo procesa su cerebro las emociones básicas (ira, miedo, disgusto y felicidad) y ver estructuras cerebrales, toman imágenes por resonancia magnética funcional.

Asimismo, tienen una batería de estímulos con expresiones faciales de las emociones básicas y otra de estímulos emocionales con contenido moral (imágenes de niños abandonados en la calle, de ancianos y mujeres golpeadas…), sin contenido moral (imágenes de cuerpos mutilados, quemados…) y neutrales (de sillas, mesas…). Esta última, la estandarizaron en una población normal, sin patologías, por lo cual está muy bien caracterizada.
“Mediante electroencefalografía aplicamos la técnica de potenciales relacionados con eventos, que nos permite detectar cómo su cerebro procesa estos estímulos específicamente y entender por qué no sienten miedo ni culpa.”

Con respecto al cerebro de los individuos violentos y el de los que no lo son, Ostrosky advierte que “las áreas orbitofrontales y las dorsolaterales frontales no funcionan igual en unos y en otros. Esto nos ayuda a comprender cómo se genera esa conducta y cuáles son los periodos críticos”. Según la especialista, pasan por tres periodos críticos. El primero es a los tres años, al presentar conductas opositivo-desafiantes. El segundo es entre los seis y los nueve años, cuando no aprenden a leer como los otros niños, pero no por carencia de inteligencia, sino por una falta de madurez en un área del cerebro conocida como circunvolución angular.

En la adolescencia, entre los 11 y 13 años, una vez que, por no haber aprendido a leer y por problemas en las áreas orbitofrontales que tienen que ver con la toma de decisiones asociadas a las emociones, empiezan a experimentar fracasos escolares, a rehusar ir a la escuela y a sentirse rechazados, por lo que se unen a pandillas.

Con base en los resultados de sus estudios, Ostrosky y sus colaboradores elaboraron un programa de prevención de violencia dirigido a los cuidadores primarios de los niños, que en México son, por lo regular, la mamá y la abuela. Consta de 25 sesiones y, a solicitud del gobierno del DF, lo acaban de aplicar en una población de mil cuidadores de Tepito, donde hay altos índices de violencia intrafamiliar.

“Si los hijos tienen una predisposición biológica para desarrollar una conducta así, la idea es tratar de que no se ‘prendan’ los genes específicos asociados. Aunque este programa sirve también para los que no tienen esa predisposición”.

“Nuestra intención es modificar la forma en que se comunican con sus hijos y establecer entre ellos un vínculo afectivo positivo. Las mismas mamás repiten estilos de crianza sin darse cuenta: si fueron golpeadas, ellas hacen lo mismo con sus hijos, ya sea física o verbalmente. Muchas se vinculan con individuos muy violentos, con sicarios, por ejemplo, y al terminar esa relación buscan otra pareja con las mismas condiciones,” agregó Ostroski.

“Y es que los humanos repetimos patrones, sobre todo los que aprendimos en la infancia. No obstante, se puede romper este patrón de violencia, pero antes se debe adquirir conciencia y claridad para analizar por qué se actúa de esa manera”, finalizó.

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