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Diario de un Reportero

 Diario de un Reportero

Luis Velázquez
Otro derrameCronistas de su tiempo
El guerrillero y el escritor
Periodista se disfraza de vago

DOMINGO
Herodotos del siglo XX
Gabriel García Márquez, Carlos Fuentes, Carlos Monsiváis, Julio Cortázar (QEPD) y Mario Vargas Llosas fueron y son escritores. Pero también, cronistas de su tiempo. Reporteros en el frente de batalla, contando la historia de cada día, tal cual, sin camisas de fuerza ni ataduras políticas. Libres. Absolutamente libres.

Pero además, y como muchos otros de tiempo, antes y después, caminaron América Latina y el resto del mundo como enviados especiales. Siempre, del lado de ‘’los desheredados de la fortuna’’ como llamaba Albert Camus a los pobres entre los pobres, él mismo, escritor, filósofo, maestro y cronista, aquellas fascinantes crónicas de la miseria en Kabila.

De norte a sur del continente latinoamericano, por ejemplo, todos ellos reportearon los días más difíciles del gorilato, cuando América estaba repleta de presidentes militares, generales impuestos por los presidentes de Estados Unidos.

Incluso, fueron declaradas personas non gratas en el país vecino. Es más, les prohibieron la entrada. Y en contraparte, sus libros eran traducidos al inglés, estudiados en las universidades norteamericanas, y ellos, vetados para viajar a EU a la presentación de alguno de sus libros.

Honraron a la literatura. Pero más, mucho más, honraron el periodismo. Los Herodotos del siglo XX.

LUNES
“El ché” leyó a Cortázar
Julio Cortázar, quien cumpliría cien años de edad, vivía en París. Y desde Europa viajó a Nicaragua al triunfo de la revolución sandinista, primero, para expresar su solidaridad con el grupo de jóvenes idealistas que habían derrocado al dictador Anastasio Somoza, y segundo, para escribir un libro de crónicas intitulado ‘’Nicaragua, tan violentamente dulce’’.

La historia del país, vista desde los indígenas y campesinos. Desde las amas de casa y los estudiantes, convertidos en guerrilleros. El sueño utópico de los sandinistas que, por desgracia, y trepados en el poder se engolosinaran algunos y el sueño se fracturara.

Cortázar también publicó un libro intitulado “Reunión”. Es la historia de Ernesto “El ché” Guevara en la revolución cubana y en La Habana. El sueño de un guerrillero argentino luchando por la libertad en un país de América Latina.

Un día, y en un vuelo de Cuba a Europa, un amigo entregó el libro a Ernesto Guevara. Lo hojeó. Se detuvo en algunas páginas. Las leyó. Se brincó a otras páginas siguientes. Leyó.

Dijo al final:
“Escribe bien. Pero no me interesa”.

Meses después, el amigo contaría a Julio Cortázar la anécdota y la referencia. Cortázar diría, humilde, modesto, sencillo, cariñoso: “Tiene razón. Le interesa la revolución”.

MARTES
El guerrillero y el escritor
A las 2 de la mañana, Ernesto “El ché” Guevara recibe en su oficina en Cuba a Jean Paul Sartre y a su esposa, la escritora y filósofa, Simone de Beauvoir.

Platican hasta la madrugada. “El ché” le ofrece un puro. Sartre lo acepta y fuman. Beauvoir permanece a la expectativa. Callada. Reducida al silencio para que Sartre, su pareja, brillara.

El escritor y el revolucionario sueñan, cada uno, en su utopía. Intercambian barajas. Sueños. Ideales. La llegada de un nuevo y hermoso día, el día del hombre, el día de la humanidad.

“El ché” seduce a Sartre, en vez de que el filósofo y escritor seduzca al revolucionario, de igual manera como ocurriera, por ejemplo, con Charles de Gaulle que estaba alucinado con André Malraux, aun cuando Malraux solía decir que Charles de Gaulle era Francia y él… era De Gaulle.

Sartre publica un libro de crónicas y relatos y reflexiones de su viaje a Cuba. Se llama “Huracán sobre el azúcar”, refiriéndose a Estados Unidos sobre Cuba.

Nunca Ernesto “El ché” Guevara lo leyó. Estaba ocupado con la revolución humana en Cuba y soñaba con la revolución en América Latina para hacer del continente un nuevo Vietnam en cada país.

MIÉRCOLES
Un día con Emiliano Zapata
El 23 de mayo de 1962, el líder agrario de Morelos, Rubén Jaramillo, fue asesinado, al lado de su esposa, quien estaba embarazada, y sus tres hijos. A uno de ellos, el más brioso, de 17 años, los policías le retacaron la boca de tierra.

Los escritores y periodistas Fernando Benítez, Carlos Fuentes, Víctor Flores Olea y León Roberto García, viajaron a Morelos para cronicar el asesinato que publicaron en la revista Siempre!, del legendario director, José Pagés Llergo, con el título “Un día en la tierra de Zapata”.

Fernando Benítez publicó una crónica con el título “En el hogar aniquilado”.
León Roberto, una crónica, con el título “Hablan los campesinos”.
Flores Olea, una crónica, con el título “La mano en la herida”.
Carlos Fuentes, una crónica cultural sobre el asesinato, con el título ‘’Xochicalco, altar de la muerte’’.
Cuatro miradas críticas sobre una misma tragedia. El trabajo colectivo, visto desde la pluralidad. La cultura de 4 grandes de la literatura y el periodismo, la inteligencia y la crítica, al servicio de una causa agraria.
El mexiquense Adolfo López Mateos era presidente y quien, oh paradoja, se había declarado amigo de Rubén Jaramillo.
Amigos, claro, estilo Huitzilopochtli…

JUEVES
Un escritor en la calle
En 1968, Carlos Fuentes estaba en París. El movimiento estudiantil del 68 que iniciara en Francia en el mes de mayo y pasara a Checoslovaquia y luego brincara a México, hacia el mes de octubre.

Carlos Fuentes tomó su libreta de taquigrafía y fue a la calle. Entrevistó a estudiantes, maestros, amas de casa, padres de familia. También a los líderes, entre ellos, Daniel Cohn Bendit, la figura icónica de la revolución.

Nunca, jamás, buscó al presidente Charles de Gaulle, ni tampoco a su Ministro de Cultura, el escritor André Malraux.
Carlos Fuentes se definió de lado de los estudiantes. Y desde la mirada de ellos contó la historia.

Publicó una de sus crónicas más fregonas. Se llama “París, la revolución de mayo”. La literatura al servicio del periodismo. Un escritor, mudado en cronista para contar la historia tal cual, sin ataduras. El periodismo, enaltecido en su calidad literaria. La imaginación, al servicio del diarismo.
Un libro para releerse y estudiarse en cada ciclo escolar.

VIERNES
Un reportero se disfraza de vago
En 1902, antes, mucho antes de que Günter Walrraff se disfrazara para reportear crónicas, Jack London, el padre putativo de Ernesto Hemingway, viajó a Londres, se vistió de pobre y durante seis meses fue a vivir en los barrios miserables y jodidos.

Alquiló una pocilga. Vestía como el más pobre de todos los pobres. Tocó puertas pidiendo chamba, igual que todos. Comía en el mercado popular del barrio pobre. Viajaba en autobús urbano, igual que los pobres. Se emborrachaba en la cantina de los pobres.

Solo así, decía, viviendo al lado de las personas de quienes aspiras a contar sus historias, el reportero, el cronista puede ahondar en la vida cotidiana.
La crónica fue publicada en partes. Luego, se convirtió en un libro. Y cuando circuló en Estados Unidos, tanto los políticos como los plumíferos en Londres se indignaron. Son historias inventadas. ¡Vaya imaginación!, decían de Jack London.

London era tan pobre tan pobre tan pobre que anduvo de vagabundo. Incluso, viajaba en trenes como polizonte. Cruzó EU en trenes. Escribió un relato sobre tal vivencia.

También lo detuvieron por vago. Durante un semestre permaneció en la cárcel. Y publicó un libro sobre su estancia en la penitenciaría.
Ernest Hemingway imitó su vida al pie de la letra. Hemingway llegó más lejos. Fue premio Nobel de Literatura. London murió a los 40 años. Hemingway, a los 62.

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