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No sonreirás

 No sonreirás

David Martín del Campo

CalamidadesNorman Mailler nos previno contra los que no bailan. Los adustos, los huraños, los misántropos. Hay gente así que no sabe disfrutar una serenata, la chanza del buen amigo, una película de Woody Allen. El semblante sombrío y el veneno en la palabra. Nada les brinda contento, van por la vida sembrando sal pues son la reencarnación misma del viejo Scrooge imaginado por Charles Dickens. ¡Grrr!

Semanas atrás, al cumplirse veinte años del fallecimiento de Kim il-Sung, las autoridades norcoreanas recordaron que en esa fecha (8-VII) quedaba prohibido “sonreír en la calle”, beber vino y bailar. Tal contaba a la agencia EFE la refugiada y activista Park Yeon-Mi, pues en su tierra el luto nacional de la fecha es absoluto y obligado para llorar al “Presidente Eterno”.

Prohibido sonreír; ni más ni menos, que es decir no sean felices, no canten bajo la ducha, no obsequien una rosa perfumada. ¡Grrr!, aunque todos guardemos aún el rostro de júbilo que iluminó al jovencito Mario Götze con su formidable gol, del minuto 112, en el encuentro final contra Argentina. Es verdad, ¿de qué se ríen los goleadores luego del trallazo, arrebatando jirones en el vacío?

Lo de la sonrisa nos viene de antiguo. Sonríen los chimpancés y las hienas, los diputados y los senadores, Tin Tan y Cantinflas. Los etólogos coinciden en señalar que el origen de la sonrisa remite a los dientes. No es lo mismo enseñar las fauces agresivas del león de la Metro, que la sonrisa mema de Chita, cuando Tarzán no era aún proscrito por nuestros verdes paladines.

Es decir, sonreímos para demostrar que no vamos a soltar una dentellada, como quizá lo hicimos 500 mil años atrás, asunto del que no fue enterado el delantero Luis Suárez, del seleccionado uruguayo, que saltó a la cancha (ustedes recordarán) sin haber desayunado. Por ello no se equivocan en mi rancho cuando al acto de sonreír le llaman “enseñar la mazorca”.

La sonrisa más famosa pertenece a la Mona Lisa. Millones de turistas visitan el Louvre simplemente para enfrentarse a ella, en la que Leonardo supo guardar un secreto que se llevó a la tumba. Muchos se lo preguntan, ¿qué esconde la enigmática sonrisa de la Gioconda? No han faltado los observadores que sugieren la maternidad oculta de la dama, o el rostro encubierto del propio Da Vinci que se burla de nosotros. ¿Y la sonrisa de absoluta sensualidad que tuvo Marilyn y que enloqueció, en su momento, al ofuscado John F. Kennedy con el dedo sobre el botón rojo? (eran los días de la “sonrisa vertical”). Y la sonrisa exquisita de Audrey Hepburn, y la sonrisa socarrona de John Lennon, y la sonrisa prosaica de Humberto Roque cuando nos endilgó el IVA al 15 por ciento y ¡tomen!, como sugirió con su gesto inmoderado.

Sonreía mucho el presidente Miguel Alemán cuando el “milagro mexicano” despegaba y los señorones de Manhattan lo apodaron, no sin razón, Míster Amigo. No se le conocen, sin embargo, sonrisas a los prohombres que también llegan al billete. Mírenlos ustedes al salir de la cartera. Morelos, Carranza, Juárez, Sor Juana, Netzahualcóyotl. No sonríen, simplemente, porque los hicieron parte de un mal negocio que sólo es bueno a la hora del “moche”.

Ah, la primera sonrisa de nuestra bebita en los brazos; ah, la sonrisa de nuestra madre en aquel 10 de Mayo desbordado de rosas; ah, la sonrisa del cuico el sábado aquél cuando corrimos a cien por hora y sugirió, al otro lado de la ventanilla, “ahí se lo dejo a su criterio”.

La sonrisa más dulce, sin embargo, pertenece a Charles Chaplin. Era la sonrisa vagabunda, díscola y cómplice de los desheredados. No por nada Nat King Cole musicalizó su película Tiempos Modernos con aquella melodía inolvidable que se denomina, precisamente, “Smile”. Pero por favor no sonrían, ni bailen. ¡Grrr!, el camarada Kim vigila desde la estrella roja.

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