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Saeta de Cupido David Martín del Campo

 Saeta de Cupido David Martín del Campo

“Erotismo y amor: la llama doble de la vida”, Octavio Paz
 
Todo en inglés: “¡Silencio! ¡Cámara! ¡Acción!” Y allá, entre la niebla aparecía la madre de Gaby, estelarizada por Liv Ullmann. Era el verano de 1987 y el realizador Luis Mandoki seguía los pasos de la actriz, de luto riguroso, en aquella casona de Tepoztlán donde una veintena de invitados atestiguábamos la escena previa a la entrevista que el elenco dispensaría a la prensa. En eso Liv suelta un grito y se desploma; se toca el pie y Mandoki ordena el corte; pregunta: “¿Un alacrán?”
La Cineteca Nacional está proyectando Liv & Ingmar, del director Dheeraj Akolkar, película en la que se narra el tórrido romance (es el adjetivo) entre la actriz y el realizador sueco. Todo comenzó durante la filmación de Persona, en 1966, donde conoció a Liv, de 25 años, a la que le llevaba 19. La cinta se divide en siete capítulos; amor, pasión, soledad, abandono… y se estructura a partir de la extensa entrevista que el realizador hindú hizo con la actriz en 2012, cinco años después de fallecido Bergman.
La película ofrece diversas escenas de las cintas que Liv estelarizó bajo la dirección del realizador sueco (Gritos y susurros, Escenas de un matrimonio, Sonata de otoño) y rescata fotografías de entonces, cartas, cortometrajes de la casa en la isla de Färo, donde habitó la pareja. Cenas de cinco champañas, encierros posesivos de semanas, ramos y más ramos de rosas para suplicar el perdón. Un romance de locura (Bergman iba en su quinto matrimonio), una hija acompañándolos de set en set, un capricho que debió concluir antes que los subyugara la violencia.      
Lo aseguró Antonio Machado: se recibe la flecha que asigna Cupido y se ama “con lo que ellas puedan tener de hospitalario”. Flechazos inesperados como el de Liv e Ingmar, como John Lennon y Yoko Ono, como Diego Rivera (desde luego) y Frida Kahlo, Julio Cortázar y Carol Dunlop, Jean Paul Sartre y Simone de Beauvoir. La lista es interminable, dispar, azarosa, y pasa por José Vasconcelos, Woody Allen y Federico Chopin.
Cupido es ciego, desatina, deja a los embelesados peor que San Sebastián en el pilar. Recordemos el asunto de Lennon con la Ono, que fue la espoleta que hizo estallar al cuarteto de Liverpool en 1970. Cuentan que ese quinto elemento hacía demasiado ruido en los estudios de Abbey Road y desquiciaba a Paul. Y qué decir de Antonieta Rivas Mercado quien, despechada por el “Ulises criollo”, se descerrajó un tiro con la pistola de Vasconcelos en la iglesia de Notre Damme. El matrimonio de Woody Allen con Mia Farrow, como es bien sabido, terminó a cazuelazos y la hija adoptiva, Soon-Li, quedó como la nueva consorte. Del flechazo de Diego y Frida se han escrito centenares de historias que remiten a los días en que la traviesa quinceañera le gritaba al pintor subido en los andamios de San Ildefonso… “¡Aguas, Diego, ahí viene Lupe!”, su mujer, porque ahí se veía a escondidas con una amante.
Cupido, cupido, como aquella vez en Tepoztlán cuando la hermosísima Liv se alza del piso cubierto por la neblina y ciñe adolorida su talón… y detrás un técnico asoma con el sahumador eléctrico en la mano para disculparse: “Es que no la vi”. Mandoki le pregunta si puede continuar, Liv Ullman le dice que sí, con todo y la quemada, pero que se deberá ausentar unos minutos para recomponerse. Luego la escena se repite y entre la neblina Liv llega hasta el ataúd de su madre, donde reza en silencio y suelta una lágrima. Minutos después, rumbo al salón donde será la entrevista, paso junto a los camerinos y observo uno de los tambos. Encimada y suelta, alzo una pantimedia negra y al revisarla descubro que tiene el talón quemado. ¡La panti de Liv!, y la robo, faltaba más. Ahora mismo su textura satinada resbala en mi mano izquierda. Suerte de Cupido.

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